(Madrid, 12 junio 1936)

Querido Carlos:

El tiempo, que no es oro para mí, sino cosas mucho más amargas que el metal, me hace
escribirte a máquina estas cartas, por la prisa que me da para muchas cosas. No sabes
cómo me ha alegrado tu carta, extensa y repetida. Y se la he leído a Vicente Aleixandre,
que fui a despedir ayer por la tarde, ya que ha marchado esta mañana para Miraflores de
la Sierra. Tú no sabes, Carlos, lo enfermo que está el gran poeta y la satisfacción que le
ha dado leer esas líneas en que me hablas de él. Además, se encuentra muy solo, pues
su enfermedad (le falta un riñón) le tiene recluido en una casa que habita en las afueras
de Madrid, y cuando tiene noticias de personas que se interesan por él, recibe una
enorme alegría. Si lo vieras, no creerías lo que te digo, porque su aspecto es de hombre
saludable, y tiene la envidiable virtud de saber ocultar sus cosas tristes ante los amigos
y aparecer alegre. Yo voy a verle un día cada semana y, claro, hablamos largamente de
todo. Le he dicho vuestro deseo de que vaya a Orihuela y le propongo ir los dos este
otoño. A Neruda también se lo digo. No sé si conseguiré que vaya alguno de ellos, pero
lo creo muy difícil. Me ha dicho Vicente, claro, que piensa escribirte a ti y a Ramón
desde Miraflores, y a mí me gustaría que vosotros le escribierais también a ese pueblo
para que no se sienta tan solo. Va allí con su familia. No necesitáis más dirección que
su nombre y el del pueblo. Sé que está muy interesado por vuestras cosas y os conoce
perfectamente, porque yo le hablo continuamente de vosotros, procurando no decir
vuestros defectos, naturalmente, y sacándoos muy favorecidos en mis constantes relatos.
Se habla mucho, Carlos, del movimiento Silbo. Desde ahí parece que nadie se entera de
nada, pero los mejores hombres de letras que hay en Madrid se interesan más de lo que
uno se cree de las gentes de provincias. Yo quiero hablar contigo largamente de todo,
no quiero decírtelo por carta, y llegar ahí y no tener apenas qué decirte. Ayer, por ser
la despedida de Aleixandre, se organizó en su casa una <<juerga>> literaria a la que
asistimos Neruda, Manolo Altolaguirre, Concha Méndez, el pintor, magnífico pintor
que ya conoceréis, Rodríguez Luna, y yo, entre otros.
Estuvimos en un merendero cercano a la casa de Vicente, en pleno campo castellano,
con copos, hierbas quemadas en estos días y parejas tumbadas y penetradas, y yo me
subí a los olmos, a los chopos, y al mismísimo cielo después de beber no sé qué vino.
Tengo escritos casi dos actos de mi obra. Me presento al premio, pero sin ninguna
esperanza. La escribo, eso sí, entusiasmado, porque sé que no es posible que tarde en
estrenar, pero sobre todo porque el personaje, mejor, los dos personajes centrales de la
obra, los estoy creando a mi imagen y semejanza de lo que siento que soy y quisiera ser.
Se llama, que ya está bautizada, El labrador de más aire, y cuando vaya a Orihuela os
leeré todo lo que tenga hecho. Quisiera llevarla terminada para dedicarme ahí solamente
a mi novia y al agua, la tierra y vosotros, y descansar de esta pesada labor que llevo a
cuestas, haciendo biografías toreras y por otra los versos.
No te precintes, Carlos, espero que vaya yo y sacaremos juntos el tercer número de
Silbo. Quiero que vaya en primera página Vicente Aleixandre, al que he pedido un
poema que me dará desde Miraflores. Yo tengo tiempo de salir, y quiero darle esa

satisfacción a él, que no es lo atendido que debiera ser por su profunda poesía. Tengo
en la revista de Occidente los dos únicos poemas largos que poseo; uno es la elegía a
Gracilazo, que tú conoces, y que recitaré mañana en Unión Radio, y el otro es uno que
titulé <<Sino sangriento>>, del que estoy muy contento. Me hace falta dinero para ir
ahí, y por eso los he enviado a la revista.

Te mando esta fotografía de Lagartijo y te mandaré alguna de diestros famosos. Ya
están reproduciendo en grandes cantidades fotografías para la enciclopedia en que
trabajo. Ayer he hecho la biografía de Antonio Reverte, un tipo soberbio. La del
Espartero también la tengo hecha. Cuando me toca hacer la historia de un torero de esta
clase gozo mucho, porque veo en ellos un corazón como una catedral. Que me perdone
Ramón. Hoy no puedo escribir más. Da abrazos a todos nuestros silbadores. Un abrazo.

MIGUEL.

Te escribo a ti y al mismo tiempo pienso en Josefina, que no la olvido nunca.

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.