(Madrid, febrero 1936)

Querido Carlos:

Nuevamente ocupada la tinta. Asuntos de imprenta y de mil demonios me han tenido
la mano sujeta para no poder escribirte. Recién editado mi libro El rayo que no cesa,
en cuanto me den ejemplares estará entre vosotros. Incluyo en él la elegía a nuestro

compañero, que es lo más hondo y mejor que he hecho. Es una edición preciosa. Espero
poder venderlo todo para poder pagarle a Manuel Altolaguirre, que se me ofreció a
editármelo. No he conseguido ver a Bergamín en varios días que le persigo para ver si
quiere encargarse de la edición de los trabajos de Sijé. He recogido del Ministerio de
Instrucción Pública su ensayo sobre el romanticismo; me lo he leído casi de un tirón, a
pesar de tener más de doscientas páginas. Es formidable. Reparo en sus correcciones a
pluma, en su dedicatoria a Josefina y a sus padres, en su ímpetu de vida precipitada y
lo siento tan conmigo que vuelvo a dudar y a no creer en su muerte, como siempre. Yo
podría hacer que lo editara Altolaguirre –puesto que me ha escrito Pescador diciéndome
que habrá suscripciones para cubrir gastos de edición-, pero como él no tiene linotipia
y el componer las páginas a mano resulta más caro, prescindo de él porque quiero que
los padres de Pepito obtengan algún dinero. Quiero ver a Bergamín –creo que esta
misma noche podré verle- y creo que podré lograr lo que quiero. Me gustaría anticipar
un fragmento del ensayo que tengo en mi poder en Cruz y Raya y le diré que lo anticipe
para mandar a don José algún dinero cuanto antes.

Me ha escrito Poveda y me ha mandado unas cosas muy raras y graciosas: «La choza
del ringorrango, del ringorrango que rige»… ¡Qué estupendas palabras para el que
tenga trabazón en la lengua! Me ha hecho reír mucho porque me ha recordado aquello
de «El perro de San Roque…»
Dile que me es imposible escribirle, porque son infinidad de cartas las que recibo al
cabote la semana y mi jornal no me da para tanto ni el tiempo me lo permite, que ya
hablaremos cuando vaya por ahí y le diré que no se engañe a él mismo.
Estoy a punto de acabar una segunda elegía sobre la muerte de Sijé y en ella la persona
a quien me dirijo es tu hermana.

Tengo ya el alma ronca y tengo ronco
el gemido de música traidora…
Arrímate a llorar conmigo a un tronco:
retírate conmigo al campo y llora
a la sangrienta sobra de un granado
desgarrado de amor, como tú ahora.
Caen, desde un cielo gris desconsolado,
caen ángeles cernidos para el trigo
sobre el invierno gris desocupado.
Arrímate, retírate conmigo:
vamos a celebrar nuestros dolores
junto al árbol del campo que te digo.
Panadera de espigas y de flores,
panadera lilial de piel de era,
panadera de panes y de amores…

Siento mucho haberla hecho después de estar publicado mi libro: me hubiera gustado
incluirla en él también. Pero creo que pronto la publicaré en cualquier revista. En la
de Occidente sale también, además de en el libro, la primera, con seis sonetos. Me ha
pedido colaboración Ortega y Gasset por carta. Estoy un poco contento en medio de mi
tristeza, porque siempre se siente halagada nuestra vanidad por pequeñas cosas, aunque
después nos quedemos insatisfechos como siempre.
Me gustaría que me escribiera Josefina cuanto antes. Dile que se decida de una vez y
me diga muchas cosas. He tenido una carta de Justino con unos trabajos. Me pide que
le diga qué me parecen: yo le diría que no siguiera el camino de su hermano no mío
porque son muchas las penas que cuesta escribir con sangre y muchas las muertes. Tú
haces lo mejor cantando hacia dentro de cuando en cuando y no hacia fuera. Pierde la

mitad de valor el verso que se dice y gana doble el que se queda en la garganta.
Me acuerdo cada día más de la vida sencilla del pueblo en ésta complicada de aquí. No
puede uno librarse de chismes literarios y chismosos. Temo acabar siendo yo el peor de
todos. Hay mucha mentira en toda, querido Carlos. Estoy sufriendo cada desengaño con
amigos que he creído generosos y perfectos… Procuro verme con todos ellos lo menos
posible. A veces, ante las situaciones que observo de envidia, rencor, mala intención o
veneno, que de todo encuentro, me dan ganas de reírme a cuello tendido, y a veces me
dan ganas de soltar bofetadas y mandarlo todo a hacer leches.
Saluda a todos nuestros amigos callejeros: Rosendo, el Mella, Gavira, el Habichuela,
Tafalla, José María, el Moya. Vale más un «me cago en…» entre ellos, que un elogio
de ninguno de éstos.
Quisiera ir cuanto antes por ahí; ya estarán los almendros de nuestros campos
resplandecientes… Por este tiempo íbamos Sijé y yo el año pasado a verlos juntos, por
este tiempo corría yo por la sierra de un lado a otro tirando piedra y bañándome en los
barrancos y ahora estoy a esta máquina de escribir que se ríe de mí.
No te aconsejo volver a los tiempos de nuestra cercana adolescencia que nos parece tan
lejana. Di a Poveda que ese deseo suyo que le acomete a destiempo es tonto. Vale más
hacer un pan que un periódico.
No escribo a mi primo, no escribo a Molina, no escribo a no sé cuántos amigos. Me es
imposible por completo repartirme más. No va a quedar nada para mí de mi persona y
no hay derecho, ¿verdad? Diles que me perdonen. Saluda a Bascuñana varias veces de
mi parte y dale los abrazos que te parezcan convenientes. ¿Has visto en La Verdad mi
breve escrito a Sijé? Me lo pidió Juan Guerrero hace días.
Abrazos y recuerdos para todos vosotros, tu madre, Efrén, Josefina, Carmen, tu mujer,
tu Antoñico. Creo que mi madre se asustó cuando supo lo de la guardia civil: me lo
presumía…
Te abraza y te vuelve a abrazar tu amigo que no te olvida nunca.

MIGUEL.

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.