Ocaña, 16 de marzo de 1941

Querido Carlos:

Ya sé que tengo en ti un verdadero amigo. Esto es una alegría para mí. Me han llegado a un tiempo tus noticias y las de Vicente, y ha sido un acontecimiento en mi vida de aquí, donde los días tienen la misma cara. Desde luego, acepto tu ayuda; me es necesaria. No me ha llegado el paquete de Toledo. Dime como y por dónde lo enviaste, o haz la oportuna reclamación ya que no espero llegue ya a mis manos. Cuanto envíes debe ser principalmente aquello que sea de coste menor y en paquete kilogramo por correo. Por razones de alimentación, interesa más cantidad que calidad. Y enviadlo a mi dirección de siempre avisándome al mismo tiempo, para evitar, en lo posible, lo del envío toledano.
Recibí tus primeras noticias este año pasado en circunstancias menos agradables que la actual. Y apenas entré aquí, una postal. El tiempo pasa, amigo Carlos, dejando su huella en todos, y más o menos profunda, según la calidad de seres y las cosas. El tiempo en la cárcel es para mí una buena lección de vida y de todo lo contrario, y un provechoso curso de humanidades. Claro, hombre, cierto: mi hijo y mi mujer son un gran aliento, y también algunos amigos. Si logro conservar la salud saldré de aquí como un ser de piel nueva. Y falta nos hace conservar esta vieja piel de sol. 
Dile a Vicente que pronto le daré razón de mí, que no quiero que para nadie signifique atenderme violencia o mucho esfuerzo. Lo mismo te digo, Carlos.
Te abrazo, como puedo, fuertemente,

MIGUEL-FERNANDO.

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.