(Madrid, 18 octubre 1935)

Queridos Carmen y Antonio:

He recibido de la Universidad Popular las fotografías que esperaba hace mucho tiempo. Pero esperaba también carta vuestra y me ha dado mucha tristeza no ver dentro del sobre más que fotografías. ¿Qué os sucede, amigos míos? Os escribí hace mucho, a poco de llegar aquí, y desde entonces aguardo lo que no llega vuestro. No quiero creer que estéis enfadados conmigo. Me busco algo que me culpe ante vosotros y no lo encuentro por ningún rincón de mi sangre. No quiero tampoco creer que estéis o muy ocupados o uno de vosotros enfermo. ¡Cuánto me acuerdo de mis días con vosotros! Estas fotografías, que miro y remiro, me hacen pensar más en vosotros y en el mar, que ya no puedo ver. Es divina la que me han –o me habéis- enviado de aquella niña maravillosa que nos brindó su casa de desnudarse enyodada y riéndose. Es la que más me gusta, y la pondré colgada de una pared de mi habitación solitaria, para mirarla siempre. 
Estoy pasando un tiempo de tristeza para mí. Me angustia seguir haciendo biografías de toreros sin importancia, y tengo ganas que me suceda algo muy grave o muy dichoso. Madrid me cansa mucho. Cada día reconozco que no habemos más que mentirosos, envidiosos e idiotas. Acaba de aparecer en Caballo Verde un poema mío, que creo conocéis; me han prometido los Altolaguirre publicarme inmediatamente mi libro de sonetos, y estoy desalentado. No puedo mandaros la revista porque no me han dado más que un número. Se ha hecho empeñando Manolo la máquina de escribir, y al único que han regalado un ejemplar ha sido a mí. Los demás, todos la han comprado.
Decid a Rodríguez Cánovas que me perdone, ya que no le escribo, que cuando puedo lo haré. Le he escrito a María y no me contesta hace mucho. Por lo visto, tampoco tiene interés conmigo. Yo he hecho aquí por ella lo que he podido: he hablado a Pérez Ferrero para que hiciera algo sobre su libro, y me pidió una odiosa notilla a mí. He repartido los ejemplares que me mandó, he dicho que la escribiera y la mandaran libros… No tengo la culpa si nadie se preocupa… Que se desengañe de todos, hasta de mí, de una vez.
He oído comentar tus cartas en el Sol  a Catalina Mansfiel -¿se escribe así? No he podido leerlas, porque ya sabes que no puedo comprar un periódico. Perdóname, Carmen, por todo. Y tú, Antonio.
Dad abrazos míos a todos los muchachos de la Universidad, diciéndoles que agradezco todas sus atenciones.
Quiero saber si pronto cómo trascurre vuestra vida por ahí. La mía, ya sabéis, está ocupada por toda la melancolía del otoño, sobre todo al crepúsculo. No veo casi a nadie, no me interesa casi nada. ¿En qué acabará todo esto?
Un fuerte abrazo para cada uno. No me olvidéis.

Miguel.

Madrid, 18 de octubre de 1935.

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.