(Madrid, septiembre 1935) 

Mis queridos Carmen y Antonio queridos:

Ya en Madrid desde el sábado, metido nuevamente en mis monótonos y carnudos asuntos, os escribo para daros nuevamente las gracias por vuestra invitación, que me hizo olvidar por unos días las tristes cosas de mi vida y gustar el Mediterráneo, que me dejó sal en los cabellos y fuerzas en el corazón. Siempre, Carmen; siempre, Antonio, os tendré presentes en mi pensamiento. Os habéis conducido conmigo mejor que yo con vosotros. Perdonadme siempre también. El domingo he visto una nota -¿vuestra, verdad?- en El Sol; me la mostró Pablo, a quien di vuestros recuerdos, como igualmente a Delia. Fijaos qué desgracia la mía, amigos: el mismo día de mi marcha para la llanura, me rompí la frente contra una piedra al echarme de cabeza al agua de nuestro río. Con tres puntos sobre la ceja izquierda y mi hermana la casada, me vine aquí, malhumorado; para colmo de mala pata, el tren tan rebosante que hube de ir en pie rodeado de equipajes, junto al retrete –dentro no podía porque estaba ocupado también por unos soldados-, durante todo el viaje.
Estoy aquí y ya no sé si he estado ahí, con vosotros, con los molinos, con el mar y las islas y María. Unicamente me lo aseguran los rastros de fotografías que me quedan. Quisiera veros por aquí para tener patente el recuerdo de mi excursión. ¿Vendrás, al menos, tú, Carmen?
¿Por qué no me mandáis las fotografías que quedaron por hacer y que no he visto, y alguna copia más de las que me traje y me han arrebatado los amigos éstos? Se me olvidó pedir la dirección a Rodríguez-Cánovas. Si os es fácil, enviádmela cuando me escribáis, que quiero sea muy pronto. Me diréis cómo estáis de bien y de contentos. Tu enfermedad, Antonio, se te quitará cuando imites a los montes: es poca cosa y no te será difícil hacer lo que las cumbres: aguantar serenamente todas las tempestades.
Quiero escribir pronto a María: sé que le haría un bien grandísimo salir de su ambiente mineral y familiar. Comprendo su drama, y sería triste verla envejecer sola en la Unión.
Os abrazo fuertemente y os espero en carta pronta,

Miguel.

¡Escribidme en seguida! ¡Adiós! Recuerdos para Durán, Mellado, Vidal…

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.