Madrid, 19 diciembre 1931.

Al Sr.D. Ernesto Giménez Caballero.

Miguel Hernández.

Admirable, admirado Robinson:

Comprendiendo que no puede usted desperdiciar un átomo de tiempo, no he querido visitarle otra vez. Lo que había de decirle se lo escribo para que lo lea cuando quiera. Además, que, dada mi maldita timidez, no le hubiera dicho nada en su presencia. La vida que he hecho hasta hace unos días desde mi niñez, yendo con cabras u ovejas, y no tratando más que con ellas, no podía hacer de mía, ya de natural rudo y tímido, un muchacho audaz, desenvuelto, fino o educado. Le escribo, pues, lo que había de decirle, que es esto:

Las pocas pesetas que traje conmigo a Madrid se agotan. Mis padres son pobres y, haciendo un gran esfuerzo, me han enviado unas pocas más, para que pueda pasar todo lo que queda de mes. He pedido también a mis amigos de «Oleza», que tienen bien poco, algo. Me lo han prometido… Lo que yo quisiera es trabajar en lo que fuera con tal de tener el sustento. La señorita Albornoz no puede hacer por mí nada, aunque lo desea vehementemente. La visité ayer y la saludé en su nombre. Dijo que verá si sale algo… Yo no puedo aguantar mucho tiempo. Si usted no me hace el gran favor de hallar una plaza de lo que sea donde pueda ganar el pan, aunque sea un pan escaso, con tristeza tendrá que volverme a «Oleza», a esa «Oleza» que amo con toda mi alma, pero que asustaría ver de la forma que, si no se interesa usted por que me quede, tendré que ver.

Haga lo posible por que no sea y cuente con mi agradecimiento.

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.