(Orihuela, 23 mayo 1933)

Señor don Juan Guerrero.

Amigo mío poeta:


Perdone a éste tanta tardanza en mandarle lo prometido aquella agradable tarde de ahí. Si puede, haga por que aparezca en El Sol. 
Estoy pasando momentos difíciles para el poeta de mí. No puedo leer, conocer nada nuevo.
Salude a mis amigos y de Sijé, dígales que no puedo ir por ahóra, y le abraza


Miguel Hernández Giner
Orihuela, 23 de primavera de 1933

Elegía de la novia lunada

Mi voluntad, madura, te acercaba
en mi mano la muerte,
que retiraba, pita sublunada,
mi decisión aún verde.

Atropellando senos, no, racimos
de picudos humores,
tu corazón la de Albacete hizo,
por fin, rinoceronte.

Yo te maté en el baño, agamenona, 
y en seguida subieron 
persianas limonadas olas, olas
a tu herido aposento.

Con un sexo de acero y de tragedia
me reanudé a tu sexo:
no pude entrar en ti de otra manera,
pura de trecho en trecho.

La boca de la herida come frío:
¡en qué manida entrada,
colorado discurso a lo zarcillo
inquiere la navaja!

No has dejado de ser, como la rosa, 
bella para la muerte;
dispensa la ruina de tu boca
perfección permanente.

Álgida, como jarra a la serena,
bella a granel no mía,
para siempre ha perdido tu belleza;
tú, su mejor amiga.

De ella narciso, en ella me miraba,
Y llorándola ahora,
Como la suya, aventan, la guitarra,
Sangre mis manos, horcas.

Tu beso que era ayer patrón, medida,
modelo de la rosa,
lo derrocó mi enamorada ira:
dispénseme tu boca.

Yo quise modelarte y ser arcilla
en tu escultora mano,
que en el balcón de esta fotografía
despeinada ha quedado.

Yo te quería, por acaso casta,
monja de tu belleza:
a los demás, a todos vocearla,
pero que no la vieran.

Yo te hablé de tu frente de reluna,
y entonces, sin acasos,
pensaba en sapos ella, a la ventura
tortas de frío y asco.

Me amaste por regalo… Yo soy feo
como los ruy-señores
que cultivan primor, lunas, luceros
en sures de limones.

Y los celos, carcoma de mi carne,
cáncer de mi madera,
¡qué cornada mortal contra tu sangre
tiraron cachicuerna!

Si al pie del agua azul fuiste violada,
ahora en la muerte roja,
y mucha más hermosa la distancia
de tu hermosura ahora.

¡Oh, qué proeza la de no arrancarme
mi corazón de cuajo,
para, como una esquila palpitante,
a tu cuello colgarlo!…

***

Besando puertas voy, corriendo aldabas
contra el azahar, tu aliento,
y recordando un beso tan sin talla,
que no puedo jurar que te di un beso.

Publicado en Miguel Hernández, Poesía y prosa de guerra y otros textos olvidados, Madrid, Ayuso, 1977. Textos recogidos por Juan Cano Ballesta y Robert Marrast de los archivos de D. Juan Guerrero.