(Madrid, julio 1935)

Amigo mío Guerrero:

Hasta de silencio, que ni usted ni yo hemos interrumpido desde hace mucho tiempo, lo interrumpo ahora de esta manera: mandándole de mi amigo Pablo Neruda, a quien hablé mucho de usted, ese homenaje que los poetas españoles hemos hecho al gran poeta chileno. Como verá, la dedicatoria es casi la misma de Federico en el Romancero; es la mejor ¿no?… bueno, amigo Guerrero: me entero, no sé por quién, que ha estado aquí en Madrid hace tiempo. Yo hubiera querido verle, porque tengo muchas ganas de hablar con Ud. de muchas cosas.
Tiene que perdonarme que no le enviara mi auto sacramental: no lo hice a nadie en absoluto; vendí todos los ejemplares que me regaló Cruz y Raya porque necesitaba, como siempre, dinero. Ha pasado algún tiempo desde la publicación de esta obra, y ni pienso ni siento muchas cosas de las que digo allí, ni tengo nada que ver con la política católica y dañina de Cruz y Raya, ni mucho menos con la exacerbada y triste revista de nuestro amigo Sijé.
En el último número aparecido recientemente de El Gallo Crisis sale un poema mío escrito hace seis o siete meses: todo él me suena extraño. Estoy harto y arrepentido de haber hecho cosas al servicio de Dios y de la tontería católica. Me dedico única y exclusivamente a la canción y a la vida de tierra y sangre adentro: estaba mintiendo a mi voz y a mi naturaleza terrena hasta más no poder, estaba traicionándome y suicidándome tristemente. Sé de una vez que a la canción no se le puede poner trabas de ninguna clase: no sé cómo explicar esto. Estoy haciendo un poema y se lo enviaré como ejemplo de lo que quiero decir. Bueno.
He visto esa biografía de Federico, hecho por que no sé qué americano, en este momento no recuerdo el nombre, y avalorada por cosas de usted y su archivo. Quisiera que me mandara uno o varios ejemplares, si tiene a mano.
Mire: yo quisiera llevar para agosto a Pablo Neruda a ver lo mejor de esas tierras: usted, nuestros pueblos palestinos, Cabo de Palos… Quiero saber si podría residir en la isla de Tabarca o en una de las islas del Mar Menor: ¿en una de éstas sería mejor, no? A él sé que le agradaría un lugar donde el mar no se encontrara con arenas al ir a la tierra, donde el agua tuviera más grandeza. He hablado a Antonio Oliver y me ha prometido gestionar inmediatamente el asunto. Yo he pensado en usted antes, pues sé que es el llamado a escoger mejor sitio. He de decirle que yo pienso también ir, y quisiera que nos resultara lo más barato posible. Además: Pablo tiene una niña de diez meses enferma y le agradeceré me diga si hay médicos buenos, especializados en enfermedades de niños.
Me ha dicho Oliver que ha estado en Orihuela hace unos días. Yo no sé cuándo volveré a esta tierra. Me mantengo en Madrid por ahora trabajando en una enciclopedia taurina que va a editar Espasa Calpe, dirige Ortega y Gasset y ordena J. M. de Cossío. Gano muy poco: cuarenta duros mensuales, pero estoy en el ambiente que necesito en estos tiempos míos.
En cuanto haga el poema que le digo, le enviaré una copia a mano para su archivo, gran Guerrero. Perdóneme de nuevo, si advirtió en mí desatención u olvido: nunca olvide su persona y su Ateneo.
Si cree que le he escrito por el interés del viaje al mar que sueño – yo que nunca he estado en contacto con las olas más de dos días- destierre ese pensamiento. Es que no sé escribir cartas, Guerrero, amigo, y sufro mucho cunado lo hago. Me pesan la pluma y el papel y la cabeza, y olvido más a los amigos a quien escribo que a quienes olvido por correo. Para los que no escribo siempre tengo un pensamiento en acción. Este propósito de viaje a nuestra región ha dado ocasión a que el pensamiento que dirigía continuamente a usted se paralice un poco: persónelo.
Espero su carta y su biografía todo lo pronto que puedo desearlas. Le abraza fuertemente y le quiere

Miguel. Adiós.

Mande a: Vallehermoso, 96, 1º drcha. Adiós.

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.