(Madrid, 22 septiembre 1938)

Queridos padres:

Por fin os escribo. Ya era hora ¿verdad? Pero lo hago interesadamente. Casi obligado por las circunstancias. Perdonadme. ¿Qué tal vuestra salud? Me imagino que mamá y Justino son los eternos convalecientes de una enfermedad, más imaginaria que real, por lo menos la de Justino, que se curará en cuanto le diga a su corazón: ánimo, vamos a vivir con alegría, ya que así lo quiere la vida. A mí me ha visto el médico en Madrid nuevamente y me ha mandado nuevas medicinas. Iré a tratar de restablecerme un poco a Cox dentro de una semana o dos, cuando haya solucionado mi difícil situación económica. Y esto es lo que me trae la pluma a la mano hacia vosotros principalmente. (Perdón otra vez y mil veces.) Quiero que, si os es posible, mandéis a Josefina algún dinero. Sé que está casi sin ninguno y que o es capaz de pedíroslo por nada del mundo. Hacedme ese favor, entretanto trato de arreglar mi economía de la mejor forma posible, porque se aproximan días de gastar mucho y no veo de qué ganar. En Madrid no hay papel para editarme otro libro y con lo que cobro en el Ejército no me es posible llevar los gastos que mi casa exige ahora. Veremos a ver qué pasa. Creo que todo se arreglará y siento tener que recurrir a vosotros, padres. En Madrid he vuelto a ver a Cossío y he vuelto a preguntarle por la copia de la obra de Pepito. La guarda cuidadosamente, según me ha dicho, y espera su edición con el mismo deseo que nosotros. Dad abrazos a mis pobres padres y hermanos. Justino, pronto iré por ahí y hablaremos y nos curaremos juntos. Mariola: qué, ¿ha vuelto el obscuro golondrino, de tu balcón, sus nidos a colgar? Madre: ánimo, ánimo, ánimo. Padre, ¿hay apetito y trabajo, verdad? A mí no me falta ninguna de estas dos cosas, pero escasea el pan también. Muchos abrazos para todos de vuestro

Miguel.

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.