(Orihuela, enero 1935)

Amigo mío Luis:

Anteayer he recogido de un frutero tu carta esperada y tu poema… Con él me fui al limonero de mi huerto, con azahar en pleno invierno, por una luz meridiana de un día sin competencia posible en ningún lugar, a propósito para la lectura de tus versos llegados. Pronto los he leído en contacto con los cuatro elementos, agua, aire, luz y tierra, en un estado de hermosura que no me dejaba libertad para otra cosa que no fuera su contemplación oriolana contemplada doblemente desde ti cantando. En la luz te he leído, junto al resplandor picudo de mis limones en el agua: a la orilla soleada de mi río, jordán de mis manchas corporales por el verano ¡en la tierra!, en la pura tierra de mi huerto, tumbado, del campo ya con almendros rompiendo en pureza y en el aire. Cuando las ruinas de un castillo moro de mi montaña, pisando el tiempo y el último sol que devolvía todo su volumen a la piedra, más doradas horas antes por la excesiva lumbre. En eso sitios has cantado sereno y apacible para mí, que te he escuchado embebecido y sonámbulo. ¿Te pasmas?
Bueno, lo que quieras.
Mándame, amigo mío Luis, esas traducciones tuyas de Claudel: ¿Cómo no interesarnos su publicación en nuestras revistas? Anda, mándamelas. 
Voy a pedirte un favor más: ¿por qué no ves a nuestro gran poeta Neruda y le dices que espero desesperado noticias suyas? Y al mismo tiempo, ¿por qué no ves a Federico García Lorca y le dices que cuándo piensa escribirme diciéndome si Cipriano Rivas y la Xirgu han leído mi Torero y qué piensan hacer del pobre abandonado mío y si ha intercedido, interesado mucho él por su estreno? ¿Por qué no lo haces y me escribes en seguida?
A fines de febrero saldré desde Murcia mi «El silbo vulnerado», casi todo de la poesía que estoy haciendo en estos momentos críticos de mi vida y mi huerto. Casi todo escrito en un ay: casi todo sangre.
Di a nuestro tiazo Bergamín que le atiendo y admiro siempre; a Palencia lo mismo. ¿Cuándo pensáis venir él y tú por estos andurriales? Di algo a todos mis amigos y tuyos de por ahí.
 Me quedo en mi huerto esperándote por escrito hoy lunes a las tres de la tarde. Acabo de llegar del campo donde me he pasado la mañana con un pastor amigo, los almendros, los montes, la luz y el aire que venía del lado de Castilla, del aire que te habrá arrebatado el alma a ti anoche tal vez.
Adiós, amigo mío Luis. Te abraza,

Miguel Hernández.

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.