Querido Luis:

¡Vaya una manera de no acordarse de los amigos para nada! Se ve que la calle, además de trabajo y los estudios, distrae y hace olvidadizas a las personas. En cambio, los pobrecitos que no gozamos del aire callejero nos acordamos siempre de todos nuestros buenos y malos camaradas. Pon unas letras, que sepamos de tu azarosa existencia, hombre. A mí me va bastante regularmente bien en mi nuevo domicilio, que es el undécimo en mi vida de habitante bajo cerrojos. Como verás soy un preso turista.
Supongo no te faltaré el ánimo para realizar la dura tarea que te has echado sobre los hombros, y que la ausencia de papá hará que te sientas cada mañana más investido de su autoridad ante tus hermanos y más consciente y hombre ante tu madre. Que no te falte ese valor de que tantas pruebas has dado, y sostiene toda suerte de baches con decisión siempre.
Mira: quiero que vayas a ver a Vicente. Hazle saber lo que expongo a tu madre y comunícame sus impresiones, además del estado de salud en que le encuentres. Le harás saber que he recibido unos versitos muy simpáticos de una tal Mirta Aguirre, que él tal vez conoce. Y dile que sé su interés por conseguir que Josefina cobre para sus hermanos la pensión que en justicia debiera cobrar hace tiempo.
Y cuéntanos cosas. Fernando, Fidel y yo vivimos en común, y ni qué decir tiene que comemos en común también cuando nos permite el lugar y la ocasión. Sería bueno verte por estas rejas algún día, y espero que, si Josefina viene a Madrid, la acompañarás alguna vez, aunque no la primera: ésa quiero que venga lo más sola posible para hablar todo cuanto no hemos hablado en el año y dos meses que llevamos separados.
Abrazos para tu padre. Fernando te va a decir algo. Ahí va un abrazo

Miguel.

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.