(Madrid, 22 enero 1932)

Hermano:

No te he escrito antes porque aguardaba a que apareciera Estampa. ¡Aunque lo hubiese hecho!… Me sigue la mala suerte… Yo creo que saldrán este sábado las dos poesías y la foto que me hicieron y otra que dejé yo al director de la revista… y nada… Para esto toda la semana diciéndome: «Ya faltan cinco días…, cuatro, tres…» ¡y tanto latido precipitado del corazón!… Ahora, a esperar otra semana más, a desesperar… Porque hasta que no aparezca eso no puede escribir Albornoz a la Diputación alicantina para pedir la pensión. Y que se la den… Y que entre tanto llegue una revolución… Y yo debo aquí en la Academia siete días de sustento… Y me hacen cara fea… ¿Qué me aconsejas, hermano?… Los seis duros que me ha traído Pescador (estuve toda la tarde del jueves con él y tal vez lo busque yo mañana) se los tragó ya el bolsillo del señor Morante (¡insaciable!)… ¿Qué hago? ¿No podrías tú ir al Ayuntamiento y ver al señor Alcalde y hacer que me envíen quince o veinte duros? Cree que me avergüenza pedirte tanto. (¡Oh, qué poco hermano tuyo soy!) Pero sé que a mi familia le es imposible y bien imposible hacer más esfuerzos. Haz tú otro, hermano. Ve el modo de sacarle a Oleza algo más… Y si no te es posible, dímelo enseguida y no sigo más aquí…, no aguardo nada… Sin probar el néctar de la gloria; ya estoy harto…

Tu carta que recibí el mismo día que yo te había escrito, no ceso de leerla. Me la sé de memoria. ¿Hacés tú lo mismo con las mías?

Me ha dicho Pescador que publicaste en El Sol el lunes algo. ¿Cómo no me lo dijiste? No sé si hallaré un número de periódico de tu colaboración. Ya he preguntado en muchos quioscos. De seguro lo hallaría si fuera a los que lo redactan… pero como está tan lejos de donde vivo y el dinero que tengo se puede contar por menos de un centenar de céntimos… De todos modos, si tú no me lo envías, aun a costa de todo mi capital, lo compraré.

Lee este soneto que he conocido y aprendido hace unos días. Es del Cisne Rubén y dice tanto mío…

Hermano, tú que tienes la luz dime la mía.

Soy como un ciego. Voy sin camino y ando a tientas

voy bajo tempestades y tormentas,

ciego de ensueño y loco de armonía.

Ese es mi mal: Soñar. La poesía:

es la camisa férrea de mil puntos

que se clava en mi alma. Las enfría

dejan caer las gotas de mi melancolía.

Así voy, ciego y loco, por este mundo amargo.

A veces me parece que el camino es muy largo

y a veces es muy corto.

Y en este titubeo de aliento y agonía,

surge lleno de penas lo que apenas soporto.

¿no oyes caer las gotas de mi melancolía?

¿La conocías? ¿Sí? Es lo mismo. La has leído otra vez, y otra vez, te pones divinamente melancólico. Escríbeme, como tú me dices, en seguida. ¡A todos los amigos, abrazos!

Miguel

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.