Alcázar de San Juan, 25 de junio de 1941

Querido Vicente. Aguardando el tren que me llevará a Alicante estoy. Ya te dirá Vergara, y me dirás tú a mí cómo ha sido posible esta nueva rectificación del destino. Esta noche llegaré a Albacete, y tal vez me encuentre en Alicante en la tarde de mañana. Por fin conseguiré ver a mi hijo y a Josefina, y no es improbable que pronto te vea a ti. Por lo pronto escribidme a casa de mi hermana Elvira, y ya te daré con detalle la dirección de mi nueva residencia. Si has enviado el paquete hoy, lo habrá recibido un amigo que me ha proporcionado comestibles para el viaje. Se me olvidó decirte en mi anterior que leyendo tu libro me siento un primitivo, Vicente, tan aplicada está tu sensibilidad poética y tan trabajado tu sentimiento en lo universal. He dicho a un amigo que tu libro es para una juventud venidera más que para la presente, sobre la que pesan y a la que enturbian un tradicionalismo lírico trasnochado y una existencia social totalmente fuera de los cauces naturales en que tú discurres. Es una juventud que está con demasiados ropones en el cuerpo, y tú ya has dicho que la muerte es el vestido. En fin tu libro es como mi niño: creciente, y este mundo es un zapato harto pequeño para tu libro, mi niño y yo. Estoy alegre, Vicente. Voy a ver y abrazar a los míos pronto. Quisiera abrazarte a ti también. Yo me encargaré ahora de hacerte llegar ese documento que has de unir a la instancia de pensión. Dime si marcharás este verano a Miraflores o permanecerás en Madrid.

Querido Carlos: no dejes de escribirme a Alicante. Me preguntas si escribía yo otra cosa que cartas y te diré que no. Me es imposible. Y ahora cuando voy a estar cerca de mi familia más imposible. Algún día será. En adelante, pienso, como hasta aquí desde hace dos años no moveré la pluma si no es para daros mis abrazos epistolares. Vicente, Carlos, os abraza fuerte:

MIGUEL.

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.