Buenos Aires, Planeta, 1991.

Por Lorenzo Corbetto

“El mejor homenaje que pueda hacérsele a un fuerte no es enterrar su tragedia como un ramo de bellas palabras, sino tratar de penetrarla sin miedo de verdad alguna.”, dice Alfonsina Storni al referirse a su amigo ya difunto, colega y también suicidado, Leopoldo Lugones. Quizá éste sea el sentido que le esgrime a esta biografía su autora, Josefina Delgado (y toda la colección dirigida por Félix Luna).
El camino va desde la tierna niña de seis años que roba un libro y juega a leer aunque no sepa hacerlo, hacia aquella mujer que supo formar parte de una nueva generación de escritores canónicos de la argentina.
En la biografía se citan cartas que funcionan como el discurso directo, su voz, que complementa (acompaña y hace eco) el relato en tercera persona de la vida: por ejemplo, la carta de agradecimiento para Roberto Giusti,  la encontrada en el archivo de Lugones en donde Alfonsina le pide una entrevista para leerle sus poemas y el poema que recibe de García Lorca en el que imita su estilo. Las cartas, como siempre, se vuelven materia que permite observar como por el ojo de la cerradura lo que la vida pública obtura.
El texto, claro, abarca también sus últimos días y el final. Ella quiso planear los detalles de su muerte, el cáncer se le hacía insoportable. Decidió, como se sabe, como se hizo monolito en La Perla de Mar del Plata y como lo dice la canción inolvidable, arrojarse al mar. Así lo escribe con tinta roja en una nota. Escribe una carta también y un poema, el famoso “Voy a dormir”.
Los momentos posteriores a su fallecimiento referidos por la biografía son de una inmensa pena. “Era encantadora”, decían sus deudos más cercanos.
El jueves 20 pasa el día sentada en la galería, rodeada de plantas y enredaderas que, a pesar de la temperatura, están en flor por que ya es primavera. Se envuelve en un poncho catamarqueño y escribe todo el día en un cuaderno de tapas de hule. Luego, al día siguiente, el dolor en el brazo que la aqueja en los últimos tiempos se vuelve insoportable y toma calmantes. El sábado lleva al correo una carta. Es su poema, ahora sí el último, “Voy a dormir”.

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