Buenos Aires, Emecé, 1963


Se trata del volumen 186 de la colecci ón «El séptimo círculo» dirigida por Borges y Bioy Casares. Comienza, casualmente, con una carta en la que un presidiario conducido raudamente hacia la silla eléctrica pide clemencia. Pero esta solicitud está más bien ligada a valores del razonamiento que de la moral: le pide que investigue en el lapso que queda entre la lectura de esa carta y su ejecución, quién es el verdadero culpable de la muerte de Sheila, su bella esposa. El policía Fellows es jefe en otro distrito, no el que se hizo cargo de la investigación del asesinato tres años atrás y terminó mandándolo al Corredor de la muerte . Quería otra oportunidad, una oportunidad distinta. Y el Jefe acepta.

Al leer las novelas policiales de esta célebre colección, muchas veces uno se enfrenta al doble desafío: 1. ¿quién es el asesino?; 2. ¿qué puede haber en esta novela que pudo seducir a un lector como Borges? En Apelación de un prisionero hay respuesta clara de la primera pero no de la segunda; a menos que uno esté dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias, que en una novela no es más que su ocaso, las páginas finales en donde se cree que ya nada más puede suceder.

Wilks tomó el papel, se sentó y leyó en voz alta:

-«Estimado Jefe Fellows: Mi nombre es Ernest Sellers y estoy en el Corredor de la Muerte , en la Prisión del Estado de Midland. He sido declarado culpable, injustamente, de la muerte de mi esposa. Se ha apelado en vano y hay muy pocas esperanzas, si en verdad existe alguna, de clemencia de parte del Gobernador. Dentro de tres semanas y un día seré ejecutado, pero soy un hombre inocente.

Fui condenado, no porque existiera evidencia alguna contra mí, sino porque no había otra persona a la que pudiera colgar el asesinato. Lo único que me podría salvar ahora es descubrir alguna clase de evidencia que acuse a otro, o que apoye mi propia inocencia. Es por esta razón que me dirijo a usted. Su gran capacidad como detective es bien conocida. Usted es capaz de descubrir cosas que los policías comunes no verían, y si hay alguien que puede salvar a un hombre inocente de morir en la silla eléctrica por un crimen que no ha cometido, ese hombre es usted (…)»

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