Biarritz, 25 de agosto de 1967

Mi querida:

Estoy leyendo con agrado un libro de Vidas de C.P. Snow; Einstein, contra quien tenía prejuicios, resulta muy simpático. Dice que la dicha es conveniente para la creación; no es romántico; afirma que una persona demasiado interesada en sí misma no puede atender a la realidad ni empezar a entenderla A mí me enconaba instintivamente contra él la circunstancia de que, admitida la relatividad, la ley de la causalidad no regía en lo que es muy chico ni en lo que es muy grande. Parece que esta consecuencia, admitida por todos los físicos, lo contrariaba; decía que para nada Dios jugaba a los dados y murió buscando lo que se designa como la «unificación del campo», es decir una fórmula que restableciera la ley de causa y efecto para todo el universo. 
Creo que esta noche veré unos partidos importantes de gran chistera; lo que hace uno cuando deja de ser el de siempre, para convertirse en turista. El toque snob. Mis compañeros de hotel, los duques de Windsor. A Wally Simpson la encontré dos veces; una, venía como yo, con paquetes, del centro. A él lo vi anoche; muy viejito, quizá con artrosis, muy colorado, hablando a gritos con el habano en la boca, con smoking de pantalones más anchos que los de nuestros vecinos los rusos de la calle Posadas. Pasé ayer un día de descanso, no porque estuviera cansado, sino porque no había sol y porque para salir al pays en automóvil me faltaban ganas. Almorcé en L’Escale, al borde de la pileta de la playa La Chambre d’Amour; comí en el hotel. 
La salud está impecable, aun en pormenores nimios. 
Las abrazo. Las quiero.

A. 

Publicada en En viaje, Buenos Aires, Norma, 1996