(Señor Redactor a quien se encargue la molestia de leer esta colaboración de ausente en la sinigualada Revista Oral. Dirá usted primero, si le parece, unas palabras como éstas:)

Nuestro redactor Fernández debía darnos el editorial de este número. No lo hace, por causal que en carta aduce, y pide que en recompensa del trastorno que nos ocasiona, le publiquemos, en primera página, como editorial, tomándonos la única primera página de que disponemos, una urgente carta abierta que desde hace meses está apurado en publicar pronto. En ella hay un buen espacio en blanco, porque desearía que en él insertáramos su fotografía oral con modificaciones favorables, pues dice es la única fotografía que anticipa los rasgos que presentará su fisonomía en un porvenir cercano, cuando él será más joven. Antes, nunca dejó blancos en sus artículos ni en las entrevistas y reportajes que se le hacían, porque el periodismo los aprovecha para perjudicar a los escritores con la sospecha de haber estado callados un instante, y también revelan que ese instante no sólo fue de silencio incapaz sino de mortal vejez, insertando allí el retrato sin esperar a que uno sea más joven.

Termina su carta continuando con esto: «Amigo: le recomiendo mi edad; apresúrese a tenerla: es la época en que se puede vivir sin chistar, y en que se nos distingue, chistándonos, al pasar por algunas veredas y ventanas, lo que usted no conseguirá nunca si no cambia pronto de edad; y de retrato, como yo».

No nos queda otro remedio que lamentar la ausencia que le impide asistir y abrir la carta abierta, lo que haré yo a su ruego, y la leeré también, pues Macedonio es analfabeto: por descuido de su familia sólo se le enseñó a escribir sus Obras completas que será el primer libro que publicará pero no a leer.

La urgente carta, pues, que después de meses de escribirla pronto -en tales meses de prepararla ha conseguido Fernández la práctica necesaria para hacerla pronto- no tiene un minuto que perder: será leída enseguida, y escuchada al mismo tiempo, para no perder momentos.

Es dirigida al Director (los Directores también se dejan dirigir) de una revista semanal de gran circulación -130.000 de tiraje, tres ejemplares menos que la Revista Oral – con motivo de atribuírsele en ella a Macedonio Fernández por error la nacionalidad uruguaya.

Señor director de una revista: 
Nada tenía de qué alegrarme cuando comprando la revista de su mando en uno de los quioscos donde las prestan, veo transcripto un producto de mi ingenio que protuberó a cierta altura de columna de la amable Martín Fierro. Un estudio grave y retirado (de entre los escombros) acerca de la súbita declinación de la Arquitectura (de El Tropezón) con citas bien confundidas de Ruskin, Cornisa y Flatacho. El material de estas referencias era tan valioso que se podía ganar dinero rematando la demolición de mi escrito. Asimismo era breve; artículos mucho más cortos ocupan dos columnas: el mío solo la altura de caerme de una. Esto era todo: no tenía adiciones, pues en el suceso de aquel derrumbe quedaron tantas sin pagar que se ha hecho hábito no abonar añadidos literarios.

Seguramente que la publicidad en vuestra revista me lisonjea y contenta -siempre que no me paséis una cuenta extremosa, atento a que me falló el pedido de $ 10.000 que hice al Congreso, en compensación de cuyo socorro me comprometía a permanecer ausente del país hasta mi regreso: intriga fácil de explicar si digo que soy el único habitante que se ha impuesto la absorbente ocupación de cumplir todas las leyes dictadas cada semana, lo que me da aire tan triste y desbaratado que constituyo para los congresales un espectáculo lacerante, irrisorio, un asedio de remordimientos y malos recuerdos de tanto legislante disparatar. Por cierto me fue grato verme transcripto, pues, además, ello comprueba dos agradables propiedades de lo literario. Por tal reproducción descubro: que todavía soy autor de dicho artículo, condición que no sabía durara tanto, y que los artículos sirven para dos veces y más y se parecen, entonces, al levantarse de la cama que con una valiente vez por la mañana basta para el día entero; o al apagar el candelero (no nombro la vela porque no se usan ya) que soplando bien un tiro no hay que seguir de soplador, cual con el fuego; o como el silencio de los tartamudos que no es salteado cual su habla sino tan liso, seguido como el de los bien parlantes y si no se empecinaran en hablar nadie los conocería como a un bizco que duerme.

De esto no se hable más y siga usted con lo mismo. El caso es que como la publicación suya me convenía yo la hubiera tenido oculta cual buena suerte de egoísta. Pero en revista de máxima difusión de nuestro país, uno de los millares de lectores se lo dijo al otro (sin lo cual este otro, por más lector que fuera, no lo habría sabido) y se propaló cierto error vuestro se me atribuye nacionalidad uruguaya, lo que vengo corriendo, en tren perdido (tal es el apuro y apartándome de la respetada práctica de no viajar en él) a rectificar antes que lleguen las protestas de Montevideo.

No tengo de uruguayo más que la circunstancia de haber vivido siempre en Buenos Aires, pues empleo no consigo ninguno, aunque desde muchos años lo solicito; y seguiré hasta que sean 25 años. Entonces me jubilaré de pedirlo: mi vacante será muy disputada porque la competencia para pedir empleos no es aptitud exclusiva mía; a nadie le falta; sólo sí el empleo.

Hace quince días de lo comentado. Sería yo de los uruguayos más jóvenes; pero es tarde para nacer. Es cierto que he estado en Montevideo, Soriano, Fray Bentos, Canelones, Tacuarembó, Mercedes, sin contar otros departamentos en que no he estado. Pero era sólo de paseo: no de nacer. Muy muchacho, en Pocitos, me mordió un caballo el hombro y casi me extrajo así de encima. Qué animal paciente: tironeaba y seguía tirando, pero como era tan largo (caballos tales debían alquilarse con itinerario impreso para consultarlo en apuro de desmontar, es difícil hacerlo de memoria en tal apuro), entre los dos no conseguíamos salirme de él. En Ramírez me puse a buscar aire en un pozo bajo el agua y saltaba hacia la superficie, pues no encontraba sótano al líquido; hice esto tantas veces que un testigo viendo que con ese tejemaneje yo saldría de todos modos a flote, me sacó. Es la única vez que se me ha visto sudando por ganarme la vida, pero malamente, pues me encaprichaba en respirar en el momento menos acertado, siendo que nunca había parado atención en esta función del organismo que ahora me entusiasmaba. La natación era mi talento; tan metido con el agua que al rato no se me veía, nadaba, nadaba hasta que me salvaran; inventé el braceo náufrago. En Mercedes dediqué todas mis temporadas al caballo: nunca he andado tanto a pie. Allí una muchacha más bien fea me dijo tilingo. Otra señorita, de nombre Mecha, me besó. Este último sistema -¿con quién lo habría aprendido?- me pareció bien; busqué a la primera y se lo comparé: se quedó reflexionando, a mi juicio derrotada.

Mas, por todo esto no soy uruguayo; es exagerado. Nací tempranamente; en una sola orilla (aún no me he secado del todo) del Plata. Me encontraba en Buenos Aires a la sazón; era en 1875: fue el año de la revolución del 74, como después tuvimos un año para la revolución del 90. Pocas personas han empezado la vida tan jóvenes (si hace 50 años ya era tanta mi juventud ¿cómo no lo sería mucho más la de Alcibíades hace 3.000 y qué extraordinario puede ser que las bellas se enamoraran de su perro?). Durante un minuto fui el americano de menos edad; y creo que ya en ese instante oí tres himnos a Sarmiento y Rivadavia fundó las escuelas. Es verdad que de esto quedé algo sentido hasta hoy.

La orilla era la derecha yendo al centro; sirve igual que la otra, y los que vienen de Europa la llaman izquierda hasta que se familiarizan con el idioma; pero es la misma. Cierto que se consultó al Uruguay si haría objeción a que naciera yo allá. La respuesta no pareció entusiasta; no decía que sí o que no; exigieron datos sobre mi carácter e ideas y por fin el gobierno uruguayo escribió: «Por nosotros no se preocupen: están ustedes perdiendo el tiempo: ya podía haber nacido».

¿Qué se temía de mí? Yo no traía intención de daño a nadie, a ningún empleo ocupado; no portaba ni un cortaplumas; y hoy con todo lo que he leído y cursado, no soy tan inocente como aquel día, tan inexperto en nacer que fue preciso llamar una señora experta que lo hubiera hecho muchas veces. ¡Oh, qué mal momento! ¡qué molesto! ¡qué peligro de vivir! No encontré una persona conocida. O me tomaban por otro. Nadie que dijera viéndome aparecer: «¡Esa facha yo la conozco!» ¡Oh, fue angustioso! No lo volveré a hacer. Y no se lo deseo al mayor enemigo: (el hombre que saca un papel de 10 pesos para pagar el tranvía, poniéndonos súbitamente tristes a todos pues sabemos que el guarda se volverá hacia nosotros aparentando alguna esperanza y nos solicitará cambio). No es cierto lo que se dice que yo enseñé a los techos a lloverse, a los llaveros a quedarse en el pantalón que cambiamos para salir al teatro: y al que no puede pasarse de cantar con mucho sentimiento, en los ómnibus, la tabla de multiplicar de Pitágoras colgado de la correa (y por otra parte no me parece poema dicha tabla). ¡Oh! ¡yo no duermo de ese lado!, no sirvo para lector de soniditos. Cervantes, Gómez de la Serna , Estanislao del Campo, Poe, me tienen despierto. No nombro a Quevedo y Mark Twain porque no me conviene y en los momentos en que uno no sabe dónde ha nacido se le confunde también el nombre de sus inspiradores.

Pero, aunque sólo sea por ociosidad, examinemos, sin ocupamos de lo que perdería el Uruguay, qué ganaría yo con nacionalidad nueva.

Veamos: ¿cuántos tomos de Historia es la del Uruguay? Aunque sólo sea la 5ª parte que la de acá no me le atrevo. ¿Cuántas batallas, valor indomable, aniversarios, centenarios, cincuentenarios de genios y patriotas? ¿Allá se usan también las diabetes, reuma, los sustos, como casos de «muertes por la patria» y cambio de nombre para las calles? ¿Las pensiones son para los contemporáneos del héroe, que tuvieron que soportarlo, o para gente que nada le padecieron, como acá? ¿Quién es el Sarmiento para himnos de ustedes? ¿Se inunda el arroyo Maldonado también allá? ¿La esquina de Callao y Rivadavia es allá como acá peor que una consulta de médicos? (se debiera dar en el acto, en el Molino, un banquete a la persona que la cruza sano y salvo una vez, partiendo de la Plaza Congreso y alcanzando a llegar a dicho banquete).

No; no voy; digo, no soy. Además hay un puntito de sentimiento en mi determinación. Lo trataré bajo el título de Una novela que comienza . Allí se verá que al presente vivo en una espera romántica indeclinable que debe suceder en Buenos Aires. Es verdad que caballero tan de nacimiento confundido, es de alegre esperar y puede aguardar lo bueno debajo de una cornisa que se traslada.

Soy del señor Director con vivo aprecio.

Macedonio Fernández

Noticia : El que sí es uruguayo es el buenazo de don Juan. Pero se muda; ayer lo vi con un paquetito. Unas quince veces por año cambia de domicilio y manda decir a sus amigos: El cambio de domicilio que ocupo ahora es calle Lavalle 1025. Para eso no usa equipaje; cuando lleva un paquete o los bolsillos abultados está de mudanza. En junio salió de Libertad 443; en agosto volvió a Libertad, pero no al 4to piso donde antes, sino al 5to. Doña María, la del 4to, supo que estaba en el mismo edificio pero ignoraba en qué piso. ¡Será posible, exclamaba anoche acostada, que no me haya visitado ni dicho a qué piso vino! ¿Dónde se habrá metido don Juan? No sé si lo tengo arriba o lo tengo abajo, yo que conocía tanto su…

Este don Juan, tan buen amigo, figurará y estoy seguro que observará una alta moral, en mi cada día menos evitable romance, si para entonces vive; pues mi novela no admite sino a vivientes so pena de confundirse con la Historia donde los muertos lo hacen todo, se lo llevan todo por delante. En dicha novela repetiré alguno de los chistes aquí intentados, pues espero llegar a un extremo de garantía y seriedad de mis bromas, ensayándolas en varias reiteraciones; además, así se entretendrá algún exigente en originalidad, quien descubrirá que una idea mía es de Sterne o Rabelais, cuando no habrá sido tomada de allí sino de mí mismo, de la primera vez que la dije; en el estado de repetición se parecerá textualmente a la idea de Sterne, pero antes se parece a la mía de la primera vez que la copié, porque es tan escasa la originalidad que hoy no queda otra que la de primer copista de autor nuevo; «primera copia’ es un subgénero sancionado de la originalidad.

Macedonio Fernández

Publicado en Papeles de Macedonio, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1964


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