Querido Ed:

No sabes cuánto me gustaría hablar contigo. Pienso en ti con una imagen visual, de claridad.

La honestidad y todo ese rollo. Cómo ser, cómo me gustaría ser frívola ahora mismo. Bueno, esto es lo que ha pasado: Little, Brown y yo vamos a firmar un contrato, doscientos cincuenta dólares por darles la primera opción de compra sobre mi novela, que no han leído, solo cinco cuentos: doscientos cincuenta dólares es por leerla y publicarla entera si quieren (por otros mil o un poco más). Si no la quieren, me puedo quedar ciento veinticinco dólares (la mitad) igualmente.

Estoy desolada. Nunca había tenido tanto miedo ni había estado tan triste: a lo mejor entenderás por qué. Una razón es que suena muy mercantil: el trato para comprar los cuentos (que es genial), pero con la novela me duele que paguen antes incluso de leer. Incluso antes de que esté escrita. La otra razón es que ahora me he comprometido a escribirla y tengo miedo. Releo lo que he hecho hasta la fecha y lo leo pensando en lo que a otra gente le gustará y detestará, y si lo leo pensando en lo que ojalá hubiese sido capaz de decir, lo odio aún más.

Esto es lo que tanto había deseado. Un recibo —una aceptación, una justificación—, «Soy escritora». Qué avergonzada estoy. Me olvidé de que había que escribir. Más aún: es como si después de tanto haber insistido en que soy escritora, aunque casi disculpándome, ahora me tomaran la palabra. Ed, date cuenta: es estupendo tener permiso para comprometerme, conmigo misma. Por favor, quiero que comprendas que para mí supone admitir ante mí misma que eso es lo que voy a hacer ahora, pase lo que pase.

Qué incoherencia sin pies ni cabeza. Nada me ha golpeado nunca tanto moralmente. Porque, como te dije en una carta una vez, creo que soy escritora, no me considero una aficionada. Incluso creo que soy una buena escritora. Que no estuviera orgullosa de nada de lo que había hecho no tenía importancia, porque escribir era lo importante. Ahora se me ha exigido algo: ahora debo exigirme algo a mí misma, con lo que escribo.

Oh, ¿puedes llegar a imaginar qué maravilloso y aterrador es para mí? Nunca he tenido la fe para escribir como una artista, la que debe tener un escritor, para escribir sin más, porque creía que sería en vano. Ahora que alguien más ha dicho: de acuerdo, eres escritora, debo empezar por el principio con la FE. Tengo que empezar. Cielos, maldición, ojalá estuvierais aquí los dos. Race va otra vez de camino a Syracuse y no lo podré llamar en dos días. A los Goodman no les gusto, a Maggie le gusta el dinero y simplemente le parecería una locura y no entendería dónde está el problema. Espero que tú sí.

Ed, ¿ves por qué me avergüenzo? Por tenerlo tan fácil. Siempre lo tengo todo fácil: no dentro de mí, pero sí en cualquier cosa que quiero. Me avergüenzo porque sé que podría haberme puesto las cosas más difíciles. Podría haber sido escritora, pero habría sido demasiado esfuerzo preocuparme más por lo que veía y por cómo contarlo, que por lo que yo sentía, por lo que yo era. Ahora tengo que hacer esto, para sentir que no hago trampas, para justificar la FACILIDAD.

¿Algo de esto tiene sentido?

Mira, he gastado ocho páginas, y bastaría con que hubiera dicho que la prueba y la alabanza, que pensé que era lo único que necesitaba, no funcionan. Sigo sin sentirme orgullosa y aún no he llegado a ser humilde. Esas son las cosas que quiero, las que hay que tener.

Escríbeme, por favor.

Con cariño, Lucia