Buenos Aires, Leviatán, 1996

Más allá de los varios epistolarios editados con el nombre de Rilke en la portada, ya en este escueto libro de menos de cien páginas se ve que Rilke era de escribir cartas.
Benvenuta es el nombre afectuoso que le dio Rilke a Magda von Hattingberg y, como refiere Louis Untermeyer en el prólogo, la conoció a través de una carta que llegó a sus manos en enero de 1914. Ella le decía que se había enamorado de los Cuentos del querido Señor Dios. Las que se exhiben en este libro son las cartas de Rilke, no así las de la enamorada. La primera es del 1ro. de febrero de 1914; la última, de veintiséis días más tarde: demasiadas cartas para tan pocos días –hay días de tres cartas. Quien las entregó para la edición, transformando un destino privado a uno público, fue la misma Magda. Tanto es así que dedicó una pequeña nota inicial con el título: “Una esquela de Benvenuta”.
Lo que estas cartas marcan es el poco significado que lleva consigo la misiva amorosa. Acumula acciones más que palabras, como dice Nora Bouvet en La escritura epistolar, “postula la verdad de la enunciación, no la verdad del enunciado, el amor por escrito a distancia es puro acto, puro performativo”. No importa el sentido de las palabras sino decirlo en un rosario de significantes, una melodía amorosa que no nutre pero se saborea.
También se sabe: la proximidad de los cuerpos conspira con la epistolaridad. Es por eso que un día antes que los amantes se encuentren, el libro –sus cartas- toca su fin.

… Ocúpate de lo que te inquieta y preocupa, mi corazón querido, y no pienses que debes responder cada una de mis cartas: sólo tienes que estar allí, sólo tienes que estar allí…

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