La mala memoria no es más que pereza mental. Haciendo un pequeño esfuerzo, todas las cosas pueden recordarse, como se desprende de la presente carta.

Señor José Ramírez. 
Querido amigo: Siento molestarte, pero estoy haciendo el inventario de mi casa, para mudarme, y he notado que me falta un libro que te presté. No recuerdo bien si era «Gustavo el calavera» de Víctor Hugo, o «La novia del hereje» de Plutarco, pero, en fin, era un libro de tesis. Mucho te agradeceré me lo remitas. 
Deseando te encuentres bien, en compañía de los tuyos, te abraza tu amigo 
Alfonso Leguizamo. 
T./c: Av. de Mayo 725, 6º piso.

P. D.-Estimado Josué: Te ruego me disculpes la mala memoria, pero en el momento de cerrar ésta me acuerdo que lo que te presté no fue un libro, sino un globo terráqueo, para que le mostraras a tu esposa que la Turquía asiática no quedaba en Australia, como ella decía, basándose en que era maestra normal. Espero me lo envíes en carta certificada cuanto antes. 
Tuyo,

Ildefonso Leguia.

T./c.: Av. del Trabajo 527, 9º piso.

Nota importante: ¡Qué cabeza la mía, señor don Josias Martínez! Dé todo lo anterior por no escrito, y discúlpeme el tuteo, ya que apenas tengo el honor de conocerlo. El caso es que lo que tuve el placer de prestarle fue un sobretodo de doble faz la noche en que vino usted a mi casa a proponerme un lance de honor en representación del doctor Sócrates Angulo, porque, a causa de una distracción, arrastré veinte metros a su esposa, tomándola del collar, en la creencia de que era mi perro Tom. 
Disimule usted, caballero, y mándeme el sobretodo, porque me hace mucha falta ahora que están arreciando los calores. 
S. S. S. 
Alonso Leguizamón. 
T./c.: Av. Costanera Nº 6, piso 725.

P. D.-Gracias a Dios, tengo muy buena memoria, pues de lo contrario no entenderías mi carta. La verdad es que el encendedor te lo puedes quedar, pues mi mujer me regaló otro mejor, y no como ése, que no enciende nunca. Lo que sí me harás el gran favor de devolverme es el asta de la bandera que te presté cuando la venida del príncipe de Gales o de Getulio Roosevelt, que ahora no lo recuerdo bien. Estas fallas de memoria se deben a que estoy muy preocupado pensando en contraer enlace con la que ha de ser mi eterna compañera. 
No vivo en la Avenida Roque Sáenz Peña, como te decía en mi anterior, sino en la Avenida Quintana. El número sí es el mismo: 275, departamento 6. 
Tu amigo de siempre,

Alfonso Leguizamón.

Nota indispensable. -Distinguido señor don Jesualdo Ramos: Le ruego rompa esta carta sin leerla, pues se me han deslizado en ella algunas «gaffes», sin importancia, pero que podrían crear desagradables malentendidos entre nosotros. Las cosas ocurrieron así: Vino usted a pedirme que le prestara trescientos pesos, con motivo del fallecimiento de su esposa, y me vi en la necesidad de rehusárselos por la razón de que era usted tan soltero como yo. Por tal motivo, si es que ha pensado usted devolvérmelos en el plazo estipulado, me apresuro a decirle que no lo haga, porque estamos a mano. 
Lo saluda atentamente,

L. Alonso. 
S./c: Av. Constituyentes 572.

P. D.- En el momento de echar ésta al buzón me doy cuenta de que he omitido un hecho de cierta importancia, querido Pepe: los trescientos pesos eran sólo treinta, y me los prestaste tú cuando mi señora tuvo el orzuelo. Si no te los he devuelto aún es porque no me he acordado antes. Ahora tampoco te los mando, por razones largas de contar. Pero con todo, esto no empañará nuestra buena amistad, y puedes retenerlos hasta que te venga bien. 
Tuyo,

A. Leguina. 
T./c: Avenida Alvear N? 6, departamento 275.

P. D.- Caro Pedro: ¡las cosas de la vida! Yo reclamándote el paraguas, por culpa de mi mala memoria, y tú diciendo: ¿De qué paraguas se trata? Claro está que no se trata de ningún paraguas. Además, estaba ya muy viejo y pasaba el agua. Te ruego me dispenses y me devuelvas la jeringa de inyecciones que te llevaste la noche que tu señora madre política tuvo ese patatús. En otra circunstancia no te la pediría, pero tengo una yegüita que pienso hacer correr en La Plata. 
Tu amigo

Aldonzo Leguineche. 
T./c.: Avenida, 9º piso

P. D.- Ahora me doy cuenta de que hay aquí lo que los ingleses llaman un «qui-pro-cuo». Dos palabras bastarán, señor don Jonás Ramallo, para poner las cosas en claro. No fue a usted, precisamente, sino a un señor Nepomuceno Barrenechea a quien le facilité esa suma en la ruleta de Mar del Plata, y tampoco fue el 16 de febrero de 1932, sino el 15 de enero de otro año, creo que de 1937, fecha que tengo bien presente, por ser el día en que cumplí los cuarenta. 
Como se trata de una suma tan insignificante, creo que no tendrá inconveniente en devolvérmela, pues se trata de un recuerdo de familia que mucho estimo. 
Lo saluda cordialmente,

Nepomuceno Barrenechea. 
S./c.: 725, 6º departamento, piso 7º

Nota.- Acabo de leer detenidamente esta carta, estimado José, y me doy clara cuenta, por lo que se aclara en la segunda y en la quinta post-data, de que no es a ti a quien te la debo enviar, por la sencilla razón de que el que me recetó el tricófero de que te hablo viene a ser el cuñado de un señor Ramallo, Josué, por más señas, y, en consecuencia, está claro que fue dicho caballero quien se el perro para que lo acompañara, por habérsele hecho tarde y temer algún atraco. Aunque no alcanzo a comprender para qué quería el perro teniendo revólver y siendo una dama tan distinguida que su sola presencia impone respeto. 
Con todo, te mando la carta, y si no eres tú el que tiene la valija de cuero de chancho, te agradeceré me digas a quién se la presté, para reclamársela a vuelta de correo. Tu amigo invariable,

Ildefonso Leguizamo. 
T./c.: Av. Gral. Huergo.

Chamico

Publicado en El muerto profesional , Buenos Aires, Centro editor de América Latina, 1992


0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *