Buenos Aires, Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 1995
Este volumen de la colecci ón Desde la gente se
zambulle en las aguas de la epistolaridad. En el prólogo, da cuenta de
la escritura epistolar como una práctica de larga data que, sin
embargo, ha mantenido a lo largo del tiempo unas finalidades
características. Entre éstas destaca dos que corresponden, en
principio, a dimensiones contrarias: por un lado, la formación de la
subjetividad de quien escribe, la creación de un espacio de privacidad;
por el otro, la escritura como instrumento de comunicación, de
apertura de un espacio de sociabilidad. La correspondencia, dice
también, ha sido género habitual en la literatura, relato inserto en un
relato, y al mismo tiempo, una forma de contacto habitual del escritor
con su pareja, sus amigos, sus pares o sus familiares, en muchas
ocasiones una forma de reflexión sobre su propia obra.
Este libro, compilado y prologado por Liliana Heer, incluye
textos de diferentes autores argentinos que responden a enfoques y
estilos diversos, pero que tienen a la forma epistolar como elemento
aglutinador, poniendo el acento en las características y finalidades de
esta práctica discursiva. La selección incluye textos de carácter
ficcional: son pasajes de una novela, como es el caso de Ricardo Piglia
– Respiración artificial – ; son cartas-poemas a modo de
homenaje -María Negroni dirigiéndose a Virginia Woolf; o son parodias
-María Moreno-. Otros tienen un carácter no-ficcional -o se sitúan en
el borde, textos híbridos-: constituyen espacios para la reflexión
crítica y literaria o para el testimonio.
El libro que ella tanto amó en su juventud traía consigo, oculta, la que había sido su propia letra adolescente: palabras remotas de una carta escrita para alcanzar el cielo, pero que nunca había sido enviada al destinatario. ¿Puede llamarse carta, entonces? ¿Es un mensaje algo que nadie recibe? En todo caso, el tiempo podía transformarlo en un mensaje para la propia autora. Allí tenía, intactas, claramente dibujadas, las palabras que evocaban no sólo un amor ya olvidado sino el olvido del hecho mismo de haberlas escrito. Ellas, las palabras, persistían, ajenas a las circunstancias y a la mano que las había forjado, como su libro, Max, ajeno, soberano, y al mismo tiempo tan parecido a usted, rodeado de su propio silencio.