Buenos Aires, Salim, 2012.
Por María Trombetta
¿Cuántas certezas caben en una
noticia? Nora, la protagonista de “Casa de Muñecas”, sabe que la
noticia que contiene la carta que inminentemente leerá su esposo tiene
el poder de cambiar su vida por completo. Pero lo que no imagina es en
qué sentido.
Esta famosa obra de teatro del dramaturgo noruego Henrik
Ibsen habla, fundamentalmente, de la mentira: a partir de la mentira de
una mujer que por motivos nobles falsifica una firma, describe la
impostura de toda la sociedad sobre las mujeres, los intachables
caballeros y las familias burguesas en general. El texto
comienza cuando Nora vuelve de hacer las compras navideñas y su esposo
Torvald, abogado él, la esperaba para hablar de las finanzas hogareñas.
En esas ocasiones, a él le sobraba suficiencia y ella parecía una niña.
Más aún cuando por fin un oportuno nombramiento lo había colocado en
un encumbrado lugar social. Sin embargo, ella guardaba un secreto:
hacía un tiempo se había atrevido a falsificar la firma de su padre
recién muerto para conseguir un préstamo que le permitiera no sólo
paliar la economía familiar, si no también salvar la vida de su esposo,
seriamente enfermo por entonces. Nadie en su familia lo sabía, ni
Torvald ni sus tres hijos. Pero, como el refrán sobre las patas de la
mentira, con la entrada en escena de algunos personajes del pasado, el
relato comienza a descascararse y el efecto que produce sobre toda la
puesta en escena familiar es impiadoso.
El prestamista, enterado de la trampa, comienza a extorsionarla con
develar la verdad a su esposo. No importa que ella haya pagado
puntualmente cada compromiso: motivos urgentes para él lo llevan a
imponerle nuevas exigencias si quiere recuperar el recibo falsificado.
La mujer intenta infructuosamente hacer lo que le pide, hasta que el
hombre escribe una carta al marido de ésta informándolo de la verdad.
Nora se debatirá en especulaciones que la ayuden a impedir que su
esposo se entere del contenido de la misma: eso significaría el
descrédito de la familia, del hombre, y el fin de los buenos tiempos
que todavía no habían comenzado.
La carta no se ve en escena: se escucha como el hombre la desliza en
el buzón, y Nora y otros personajes la miran desde la puerta en más de
una ocasión, en las que la mujer se ocupa de dilatar el momento de
abrirla. Desde su encierro, se convierte en una amenaza que pone plazo
de horas al equilibrio del matrimonio de Nora. Desde el final del
segundo acto y durante casi todo el tercero, la tensión dramática
aumenta precisamente por la carta sin abrir, y casi todo lo que ocurre
en la obra remite a esta cuestión. Afiebradas conversaciones entre Nora
y su amiga sobre la conveniencia o no de que se sepa la verdad.
Gestiones inesperadas ante el usurero. Una horquilla que trata en vano
de violar la cerradura del buzón.
Finalmente, cuando la verdad se conoce, la que arriba a nuevas certezas
es la propia Nora. Certezas sobre su lugar en esa casa, en la
sociedad, como mujer, y como persona frente a las leyes.
Esta obra, estrenada hace más de un siglo, causó muchísima polémica en
ese entonces y aún la genera. El dilema de Nora no era sólo suyo: como
toda obra de arte que alcanza el nivel de clásico, guarda en la
universalidad de su tema la potencia para resonar en todos los
individuos de su tiempo. Es que el arte de la impostura en favor de la
conservación del status quo sigue vigente y cuando se lo cuestiona, crujen las máscaras.
NORA.- Gracias por el perdón. (Se va por la puerta de la izquierda)
HELMER.- No; quédate. (Mirando adentro) ¿Qué vas a hacer en la alcoba?
NORA.- (Desde adentro) A quitarme el disfraz.
HELMER.- (En la puerta abierta) Sí, haz eso;
trata de calmarte y de equilibrar tu espíritu, pobre palomita mía
asustada. Descansa de las emociones de hoy; yo te protegeré y te
apoyaré. (Paseando por cerca de la puerta) ¡Qué hermosa y qué
agradable es nuestra casa, Nora! Aquí estás asegurada contra todo
contratiempo; yo te protegeré como a una paloma perseguida que he podido
salvar a tiempo de las garras del milano; yo calmaré los latidos
apresurados de tu pobre corazón. Créeme, Nora, pronto volverá la paz.
Mañana todo tendrá otro color. No necesitaré repetirte que te he
perdonado; tú misma habrás de sentirlo… ¡Cómo puedes creer que podría
tener valor para rechazarte, y ni siquiera para hacerte reproches!…
¡Oh, no conoces la naturaleza de un hombre de veras, Nora! Hay para el
hombre algo tan indeciblemente dulce y tranquilizador en sentir que ha
perdonado a su mujer, que la ha perdonado sinceramente, de todo
corazón… Con ello se ha hecho en doble sentido propiedad suya; la mujer
ha cobrado por él como una nueva vida; en cierto modo, se ha hecho su
esposa y su hija al mismo tiempo. Y eso es lo que serás para mí de hoy
en adelante tú, débil mujercita mía. No te asustes de nada, Nora; sé
sincera conmigo, y yo seré tu voluntad y tu conciencia… ¿Qué es eso?
¿No te acuestas? ¿Te has vestido?
NORA.- (Apareciendo sin disfraz) Sí, Torvald, me he vestido.
HELMER.- Pero, ¿para qué? ¡A estas horas!
NORA.- Esta noche no me acuesto.