Buenos Aires, Libros del Quirquincho, Coquena Grupo Editor S. R. L, 1993

Por María Laura Migliarino 

Clarita es una niña pequeña que un día decide emprender un viaje hacia la China. Como el recorrido es largo no sale sin su valija y su muñeca Pepa, y, como es chiquita, parte luego del beso, el abrazo y la manzana que le regala su mamá. Este cuento, escrito por Graciela Montes en el año 1989, brinda una propuesta novedosa para la época en la que fue escrito: la posibilidad de que los niños descubran el mundo con sus propios ojos sin la mirada del  adulto pero con la confianza y la certeza de que los grandes están cerca para brindar ayuda. El marinero que la lleva en barco, la señora que lee lo que ella aún no puede y el cartero chino que le entrega la carta que le envía su mamá son los que le permiten a la niña concretar su deseo, y la carta, escrita de puño y letra por su madre, como comunicación diferida en el espacio y tiempo, es la que marca el fin de la travesía: una palabra ajena al discurso narrativo que pone en escena los contrastes entre lo imaginario y lo real, lo lejano y lo cercano. Cuando Clarita vuelve a su casa las tostadas con manteca están listas sobre la mesa y su mamá la espera con papeles y lápices de colores porque quiere que Clarita le dibuje un gato chino.

Querida Clarita: Te extraño mucho. Espero que te haya ido bien en tu viaje por la China. ¿No querés volver a casa a tomar la leche? Mami.

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