24 de noviembre de 1936.

Queridísima Yulca 
Para hacerte reír quisiera escribirte una carta estrictamente profesional llena de pedantería desde la cabeza hasta los pies, pero no sé si lo lograré. La mayoría de las veces soy pedante sin proponérmelo. Me he fabricado un estilo de circunstancias, obligado por la presión de los acontecimientos acaecidos durante esta década de múltiples censuras. Quiero contarte un “pequeño” episodio para hacerte reír y hacer que comprendas mi estado de ánimo. Cierta vez, cuando Delio aun era pequeño, tú me escribiste una carta muy graciosa, en la que querías demostrarme cómo el pequeño se iniciaba en la… geografía y en la orientación: Me lo describías en la cama, tendido de norte a sur. Los que le hablaban, como en dirección a su cabeza, eran los pueblos que atan perros a sus carros. A la izquierda estaba la China ; a la derecha estaba Austria, las piernas señalaban la Crimea , etc. Para poder recibir esta carta tuya tuve que discutir más de una hora con el director de la cárcel, que maliciaba quién sabe qué mensajes convencionales. Tuve que discutir —se comprende— sin haber leído nada aún, tratando de adivinar a través de las preguntas, qué era lo que tú me habías escrito y qué quería decir todo aquello. 
-¿Qué es Catay y qué es lo que penetra en Austria? ¿Quiénes son esos hombres que hacen arrastrar sus carros por perros? 
Fue necesario un gran esfuerzo de mi parte para dar una explicación plausible. No hay que olvidar que yo aún no había leído nada y no sé si habría logrado explicar esa carta tuya. 
—¿Pero cómo? ¿Usted tiene esposa? ¿Y no sabe cómo puede escribir una madre cuando quiere decir algo de sus hijos al padre lejano? 
Lo cierto es que el director me entregó la carta de inmediato. Él también tenía esposa, aun cuando no tenía hijos. Una tontería como verás, pero que tiene su significado: Yo “sabía’ que él leería mis cartas con la misma acrimoniosa desconfiada pedantería, y esto me ‘obligaba” a escribir de una manera ‘‘carcelaria”, de la que no sé si ya lograré librarme jamás, después de tantos años de “comprensión”. Podría narrarte otros episodios y otras cosas, pero no quiero que por hacerte reír te entristezcas en cambio, al ventilar las miserias del pasado. Tu carta me alegró: me parece que desde hace algún tiempo no escribes con tanta superficialidad y una… tan absoluta falta de errores. Querida, haz trabajar el cerebro y por eso escríbeme más extensamente y sin objetivismo sobre los niños. A propósito: Me parece que ese aforismo tuyo tan sentencioso: “Hacer un relato (¿?) de la vida de los niños equivale a destruir su vida”, resulta ser un gran despropósito, pero de aquellos grandes de verdad. ¡Ni el Himalaya! Nada de relatos —yo no soy un brigadier-, sólo tus impresiones “subjetivas”. 
Querida, estoy tan aislado que tus cartas son para mí como el pan para el hambriento, (¡Vaya pedantería!) ¿Por qué me reduces tanto las raciones? 
Querida Yulca, te abrazo tiernamente.


Antonio