Buenos Aires septiembre 20 de 1861

Excelentísimo señor general D. Bartolomé Mitre.


Mi querido coronel:


Tiéndole desde aquí la mano del amigo que dice: ¡bien! Nos ha dado un general; podemos dormir tranquilos estos diez años. 
No se ensoberbezca ante su amigo. No se crea infalible. En política erraba. El general me ha vengado del diplomático. Tenemos patria y porvenir. 
Necesito ir a las provincias. Usted sabe mi doctrina. Los candidatos están hechos de antemano. Un precursor necesita que digan: yo sólo vengo a prepararle el camino. 
Paz pudo hacer algo. Más puedo hacer yo. Me siento más hombre. Pero déjese de ser mezquino. ¿Valgo yo menos que cualquiera de los torpes que mandan un regimiento de caballería? Entiendo esta arma, y usted sabe que tengo valor como cualquiera. ¿Por qué no me da el mando de uno de los regimientos de línea, que ha quedado vacante después de tanta vergüenza? No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos. Recuerde el incidente que nos puso en desacuerdo en Valparaíso la primera vez que nos vimos, y compare los sucesos en su obstinación y lógica. 
Un hombre de gran valor. En la época grandiosa que atravesamos yo no me quedaré maestro de escuela, pegado a un empleo, ni periodista. Me debo algo más. 
Sin su cooperación iré a San Juan, a pagar a mi pueblo el tributo de mis pobres servicios. Este será el plan ostensible. Quiero ir a Córdoba, ponerme en contacto con Santiago, Tucumán y Salta, sacar a Rojo de su nulidad, hacerlo encabezar la cruzada de San Juan y acelerar de paso el nombramiento de un presidente de la República y la convocatoria de un Congreso en Buenos Aires, o donde se quiera, para arreglar las cosas definitivamente. 
Ordene la entrega de las armas que pido en «El Nacional», dinero, cuanto se pueda. Paunero le hace falta; aunque la muerte de Modestino Pizarro le constituye gobernador de Córdoba. Posse está en Tucumán. Un ejército de dos mil hombres en el río Cuarto, a las órdenes de Paunero, tendría a raya a moros y cristianos. 
Así se hacen las cosas. Deme los oficiales sanjuaninos y cordobeses, yo llevaré la cruzada a los Andes. 
No deje cicatrizar la herida de Pavón. Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca. ¡Qué daño nos han hecho los de caballería! Deme un regimiento, no me desprecie como soldado. Valgo más que todos esos compadres que me prefiere. Tengo la conciencia de levantar la caballería de su postración; porque la sentí postrada siempre y nunca me hice ilusión. Ud. lo sabe. 
Sobre Santa Fe tengo algo muy grave que proponerle. Desde 1812 este pedazo de territorio sublevado es el azote de Buenos Aires. Sus campañas desoladas por sus vándalos; su comercio destruido por sus contrabandistas que improvisan ciudades para dañarlo. Sus costas están siempre francas para desembarco de los enemigos de Buenos Aires; sus expatriados tienen allí su asilo. Buenos Aires recobra su antiguo dominio y jurisdicción; el Rosario será gobernado por sus jueces de Paz como San Nicolás; su Aduana será sucursal de la de Buenos Aires. El Congreso, para pedirlo, dará garantía de que Buenos Aires no será dañada desde allí en adelante. Puede darse a Córdoba, Santa Fe como frente fluvial y resguardo de sus campos de pastoreo, tomando el Carcarañá por línea divisoria. ¿Quién se quejaría de ello? Bobos pero argentinos. Destruida Mendoza, San Juan puede ser la capital de Cuyo antiguo. Es preciso dar un centro a la civilización en la falda de los Andes. Yo me encargaría de ello, para pasar después a arreglar con Chile la liga americana contra la España que nos va a importunar diez años. Con Tetuán y Santo Domingo han perdido la chaveta. Viera usted el espíritu que reina en la prensa española y francesa y la razón que dan en las Cortes para crear una escuadra superior a sus recursos. Es preciso evitar a todo trance que Entre Ríos no se separe; que no se haga hueso la situación actual. Echéle veinticuatro batallones de infantería y sublévele a Corrientes. Escríbale a los Taboadas suscitándolos a la acción, a mostrarse en Córdoba, San Luis, etc. Realizado su plan de triunfar con sus propios recursos, vuelva al plan mío de poner en actividad a las provincias; pobres satélites que esperan saber quien ha triunfado para aplaudir. 
Pero son argentinos; son elementos necesarios de nuestra existencia y es preciso evitarles que muestra la servilidad de su posición. Tengamos Congreso y llevemos la vida a todas partes. 
El responsable de San Juan Recuerde lo que le repetí varias veces siendo su ministro: todo esto no tiene condiciones de vida; prepárese sin hacer violencia a los sucesos, a reemplazarlos.
Mis faltas como ministro son hoy virtudes, después de pasado el duro trance. Lo leo en todos los semblantes. Dele orden a su señora de dejarme sacar copia de la carta que le escribí a Gualeguaychú, relativa a las cosas de San Juan. Ahora que estoy justificado por la victoria, quiero descender a justificarme del cargo muy válido de haber preparado los sucesos de San Juan. Necesito probar que fui más porteño, más hombre de estado que los que hallan tan lógico que yo inspirase movimientos puramente sanjuaninos. 
Insisto en recomendarle mis solicitudes y pedidos. Estoy ya viejo y necesito hacer algo. Soy sanjuanino y quiero no estar por siempre proscripto. Puedo en las provincias, y deseo ser el heraldo autorizado en Buenos Aires. Contando con su apoyo espero lo que usted orden. Si me falta, me faltará mucho pero no todo. Quedárame aquella voluntad que viene hace treinta años tropezando con las dificultades y regando con su sudor el pequeño surco que abre en los sucesos. 
Acongojado he incendiario. El día de ayer fue horroroso. Yo me mantuve firme hasta la oración. No llegando noticias suyas, hasta entonces dos días, tuve una hora de congojas. Tomé la carta e hice este cálculo. No saben de él nada en San Nicolás, el 18 a las 12; luego el 17 avanzó tres leguas persiguiendo al enemigo. De allí sólo quedan 8 leguas al Rosario. A esta hora, por necesidad, está dentro del Rosario. Toma la escuadra, dominando la ribera. ¡Qué golpe de teatro embarcarse e ir al Paraná! Quién pudiera sugerirle la idea de quemar, ordenadamente, los establecimientos públicos, esos templos impolutos. 
Un abrazo y resolución de acabar.


Su amigo, Domingo F. Sarmiento

Publicado en Jorge Perrone: «Todo un plan liberal», en Diario de la Historia Argentina , tomo II.

Categorías: Cartas publicadas

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