Querida Eva:

Hoy es 6 de septiembre de 2019. Feliz 30 cumpleaños. Disfruta del día libre. No te olvides de comprar hierbabuena para los mojitos. Saca a bailar al abuelo en la fiesta de esta noche.

Como los cambios de década suelen producir cierto vértigo, he estado pensado en algo que me gustaría que recordases en este tránsito continuo a la madurez. Es muy probable que a los treinta la gente espere más de ti que a los veinte. Más estabilidad laboral, más instinto maternal, más solvencia intelectual, más equilibrio emocional, más fortaleza mental. Todas estas cosas están muy bien, la verdad, pero tienen un pequeño problema: alcanzarlas no dependerá solo de tus futuros anhelos o esfuerzos. El contexto económico, la inescrutable evolución neuronal, la cantidad y calidad de tus lecturas, la eficacia con la que te enfrentes o no a tus miedos y los siempre impredecibles golpes del destino tienen mucho que decir en el devenir de tus humildes conquistas.

Por eso, es importante que te mantengas firme en un propósito en el que me consta has estado trabajando duro en los últimos tiempos: el de definir el bienestar -la felicidad, incluso- en tus propios términos. Sin comparaciones vacías con otros. Sin dejarte deslumbrar por cualquiera que escriba mucho y bien y tenga un piso luminoso en propiedad. Sin perder más tiempo del necesario en preguntarte si estás donde se supone que deberías estar. Con la suficiente inteligencia como para seguir viviendo como propias las victorias ajenas.

Esto no significa que tengas que conformarte o dejar de arriesgar. Cumplir años no quiere decir que pierdas el derecho a cometer errores. Habrá momentos en los que el trazo sea errático, en los que no te aguantes ni a ti misma, en los que las inseguridades te den caza o en los que hagas más el ridículo que Bridget Jones en Despierta, Gran Bretaña. No pasa nada. Es peor no intentarlo. Es peor vivir en la tibieza. Es peor ser más predecible que un cajón de Marie Kondo.

Sé que es fácil perder la perspectiva lidiando con las pequeñeces del día a día, pero trata de tener presente que, en realidad, en la vida casi todo es coyuntura. Lo único que es estructura es la salud y el amor (en sus distintas manifestaciones). Agradece activamente las épocas en las que ambos platos estén colmados. Trata de ser valiente cuando no lo estén. Y, pase lo que pase, nunca caigas en las garras del cinismo. No importa la profundidad de las heridas, ni la ferocidad del desencanto, ni la falta de sentido de la existencia. Busca uno o varios propósitos, lucha por una o múltiples causas, encuentra la manera de ser más generosa con lo que tienes y más coherente con lo que piensas. Aférrate al entusiasmo y la alegría. No dejes morir en ti aquello que define quien eres.

Por lo demás, poco que añadir. Sigue repitiendo de sopa más veces de lo aconsejable, retoma el alemán, emociónate con lo que te dé la gana, aprende a madrugar de una vez, lee todo lo que puedas, haz un poco de deporte, pasa algún rato en silencio, convence a A. para que te haga carbonara para cenar, aprende a definir conceptos políticos, haz algo con tu pésimo gusto cinematográfico, renuévate (POR FAVOR) el carné de conducir, sigue intentando domar la claustrofobia, plantéate estudiar otra carrera o hacer un doctorado, esfuérzate más por ser detallista con tus amistades, exprime la juventud corporal, reguetonea delante del espejo, siéntete en deuda por tener una familia tan alucinante y escribe con honestidad (lo demás es perder el tiempo).

Suerte en la nueva década. Recuerda que me tienes aquí para lo que necesites.

Con cariño,

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