24 de diciembre, 1914

Su carta me dejó sin voz, sin acción, hasta sin pensamiento; ¡a qué hondor ¡Dios mío! había llegado esto! 
No será contestada. Mi anterior llevó palabras necias que, destinadas a acariciar, fueron a herir. ¿Por qué la escribí?  Porque el destino lo quiso. Y esta última carta debió ser larga, tanto como esta amargura que vela a la cabecera de mi cama hace muchos días. Manuel, yo rezaré por Ud. tanto como por mí, es decir, mucho. 
Adiós hermano.

Lucila.

-Por sus cartas, gracias; por lo que la última me ha desgarrado, gracias también.

Publicada en Gabriela Mistral, Cartas de amor y desamor, Santiago de Chile, editorial Andrés Bello, 1999.Selección y recopilación de Sergio Fernández Larraín.


0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *