Manuel:

Le empiezo a mandar los versos de mi librejo. Lo que me diga que elimine, lo eliminaré. Nadie está más desorientada que yo sobre lo que hago.
Parte del libro será de prosa. Me parece la mía muy amanerada, con algo de las muchachas siúticas. En el verso suelo obtener sencillez. Ese Himno Cuotidiano es un balbuceo. Se hizo hace mucho tiempo. Descanso en que me dirá verdad. Querrá Ud. evitarme el ridículo, que arrojado sobre una maestra es más lamentable que en otro caso cualquiera. 
Observará Ud. por ahí las dos cosas que luchan en mí: el amor a la forma y el amor a la idea. Este me ha vencido y así prefiero mi Himno al árbol, que es un sermón rimado, la exposición de mi ideal de perfección, a mi Angel Guardián y a otras cosas finas. El niño arroja todo el encaje de la frase y coge vigorosamente el pensamiento. 
Lanzado este libro que ha sido mi razón de vivir con mi madre, en el año que se fue y a medio hacer ya el otro, ¿para qué voy a vivir si mi madre se me va? Yo sé que no sólo nadie me quiere, sino que nadie me querrá jamás. 
Cristo mío que me ves escribir, Tú me darás una nueva razón de existir porque, Tú lo sabes, hay días en que el llamado de las tumbas es demasiado vigoroso para no oírlo.
Espero su carta certificada. ¿Me traerá calor al corazón? Hoy lo tengo frío y triste, aunque hay sobre mí un cielo como para cobijar seres felices. Que esté muy sano.
¿Se acuerda de mi oración de ayer? Yo pedía querer plácidamente; no pedir nada, no poner carne sentidora al colmillo de los celos. ¡Si yo pidiera siempre! He tenido hoy un día único; es un día de los de antes, de los de 1913 y parte de 1914. En este estado de ánimo deberían contarme todos sus amores. No me sacarían una gota de sangre. He preparado mis clases, hice cuatro estrofas, contesté siete cartas y dos oficios, me he cansado, pero no de ese cansancio que hace sufrir. El corazón no me ha dolido. En suma: un hechizo, pero un buen hechizo. Cristo mío que me miras escribir, dame muchos días así. 
Empezaré mis clases sólo el 21. Gustosamente le escribiría todos los días, pero temo mucho cansarlo, Manuel. ¿Va mejorando? ¿Le ha vuelto tos y dolor de espalda? Suelo yo usar una fricción para este dolor y es infalible. Si arreglo sola mi encomienda de libros le pondría un frasco. Si me la arreglan no, porque daría margen a bromas. Me pasa algo curioso con Ud., yo no sé hacer remedios, no los he hecho nunca a nadie y he aquí que sueño con hacérselos a Ud. Soñé una vez poniéndole unas franelas sobre el pecho. Otra vez,… ¿Pero para qué le cuento niñerías? En una muchacha serían adorables; en mí, no. 
A propósito: le oí recitar a Lambrina en Concepción la Cantiga de otoño de Ric. León: ¡Qué tarde, amor, a mi heredad viniste!, y lloré mucho. ¿Verdad que tenía razón? 
Voy a rezar y luego me dormiré. ¿Sabe? Mi Angel Guardián está tomando las facciones suyas. Es peligroso… Buenas noches, Manuel.

Su L.

Publicada en Gabriela Mistral, Cartas de amor y desamor, Santiago de Chile, editorial Andrés Bello, 1999.Selección y recopilación de Sergio Fernández Larraín.


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