2 de abril de 1916

Manuel, me quedaba la esperanza de tener carta suya hoy: Nada llegó. 
Quizás hago mal en no respetar su silencio, quizás, si Ud. estuviera sano, yo no le escribiría; ¡pero está enfermo! No puedo estar tanto tiempo sin saber cómo sigue. Yo no tengo otro medio de saber de su salud que preguntándoselo a Ud. Es sensible. He estudiado su silencio mucho; no le he hallado razón. Yo no he sido mala. Dios sabe que nunca fui para ningún hombre buena como para Ud. Nada he hecho. ¿Por qué Ud. calla hace ya tanto tiempo? Pensé que podía ser por mi anuncio de que salía por la semana; pero sé bien que le decía que esperaba para salir recibir su carta. Me la anunció y yo fui cuatro días mañana y tarde al correo, cosa que jamás hago. Luego le avisé que no salía por esperar a Guzmán Maturana que venía a trabajar en unos libros de lectura conmigo.  Nada,  nada,  nada. 
Hoy viernes comprendí que ya Ud. no me escribe más.  Y le escribo yo, a pesar de eso, no para torcer su voluntad, que respeto como nadie,  Manuel,  sino para pedirle que de algún modo me haga saber cómo sigue su salud. Ud. no me negará esto. Nada más que dos líneas, hasta que esté ya bien. No crea no crea que es una estratagema para «atraparlo» para procurar atraerlo, no. Se lo aseguro con toda mi verdad. Aparte de esa Lucila que lo ha querido a Ud. apasionadamente, hay otra Lucila que es capaz de interesarse por Ud. por su vida, por su dicha. Sin que Ud. sea para ella otra cosa que un hombre inteligente y bueno. Así me es absolutamente necesario saber si Ud. sana o se empeora; sin esto estaré cuando menos intranquila. ¡Si podrá ser verdad esto con Ud. cuando pasé rezando largamente el 7 por Víctor Domingo Silva; ¡al que sabía en peligro y del que no soy sino amiga a secas! 
Hoy trabajaba con Guzmán cuando el mozo llegó del Correo. Era mi última esperanza. Cuando me dijo: No hay ninguna revista certificada, se me apretó la garganta. He vacilado antes de escribirle, pero me ha vencido este pensamiento honrado: ¿Por qué callo si nada he hecho? 
Dos líneas Manuel, dos palabras: «Estoy alentado» o «Estoy enfermo»; nada más. Yo no exijo más. Tengo una gran dulzura en el alma. Me parece que Ud. es también otro muerto que no quiso darme un poco de dicha. Me parece que estoy sola en un páramo. Y no me desespero. Estoy serena y bañada de bondad y de perdón en el alma. 
Si hay algo de Ud. contra mí yo no lo molestaría escribiéndole siempre que Ud. me conceda el aviso que le he pedido sobre su salud. 
Hasta luego, Manuel.

Lucila.

(Sábado 2 de la mañana).

Publicada en Gabriela Mistral, Cartas de amor y desamor, Santiago de Chile, editorial Andrés Bello, 1999.Selección y recopilación de Sergio Fernández Larraín.


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