Queridísimos:
En realidad esta carta debería ser sólo para papá que está de cumpleaños y… ¡qué cumpleaños!, número redondo si los hay, porque el ocho tiene sus redondeces finamente encadenadas y el cero, ya se sabe, el cero es perfecto y absoluto, cuando ya nos convencimos de que está vacío y no es nada, se transforma en huevo y sale alguna maravilla de adentro.
El problema de mi carta es que llegan tan pocas que no puedo dedicarlas tan parcialmente, así que un millón de besos para mi papito, y…
¡FELIZ, FELIZ, CUMPLEAÑOS!!!!
… ahora sigo con una carta democrática y popular. ¡No me van a decir que ya se olvidaron de lo que es eso!?
Aquí todo está «normal», eso quiere decir aburrido y triste sin remedio, el otoño llegó con tuti y aunque no hace mucho frío el cielo se puso gris sin remedio, hasta octubre estoy perdida.
Esta grisura sin remedio ni sentido, porque está gris pero no llueve, ni truena, ni nada, creo que contagia a los chilenos de tal manera que no se sabe qué hacer con ellos, no ríen ni lloran, si piensan no lo dicen y pasan los días entre el tedio provinciano y la competitividad japonesa.
A mí el gris me pone triste también sin remedio pero con sentido y eso aunque parezca tonto me alegra, tal vez me esté acercando a la locura pero lo cierto es que me desborda la alegría de ser capaz de entristecerme.
Allá por octubre va a salir el sol, redondo y definitivo como el cero, entonces me voy a alegrar también sin remedio y llegará la tristeza de alegrarme tan definitivamente.
No sé que hicieron ustedes para tener de hija a un animalito tan complicado, pero tuve que llegar a los 43 años para darme cuenta que me gusta bastante ser como soy o, por lo menos, sentir como siento, porque eso de «ser» es más complicado, siempre puede mejorarse bastante, y en mi caso ni les cuento.
Les escribí una larga carta al Chino y Antonia, para romper la inercia horrorosa que me había vuelto ágrafa total, se las mandé al Trapiche, espero que estén allí todavía. Les cuento mis peripecias de la FAO, espero no haber sido demasiado pesimista. La FAO, como corresponde a todo organismo internacional que se precie de tal, es un muestario perfecto de las características de la raza humana, con ejemplares subhumanos de esos que creemos que mantenemos por caridad y resulta que se terminan convirtiendo en nuestros jefes. Yo tuve suerte con mi jefe directo, que resultó pertenecer como yo a la especie sobreviviente, más aún, tiene conciencia de ello y actúa en consecuencia. Resultado, la administración lo odia y también actúa en consecuencia.
Lo absurdo del caso, a mí me contrató la administración, aparentemente por mi excelente curriculum, por supuesto sin conocerme. La intención final, como no tardé en descubrir, era convertirme en quinta columna dentro de la única oficina (nada menos que la de informaciones), que la administración no ha podido manejar.
Bueno, esta pobre, pobre mala gente, no sabía con quien trataba, rápidamente fue claro para todos de qué lado estaba yo, igual de rápido quedó claro que podía hacer mi trabajo con bastante eficiencia sin necesidad de serrucharle el piso a nadie, también rápidamente me quedé sin trabajo pero con algunos amigos y muchos… no enemigos. yo diria más bien que sólo desconcertados, yo los asusto y por lo tanto es mejor no tenerme cerca.
El jefe de administración me trató (muy amigablemente) de imbécil porque me negué de frentón a aceptar un trabajo que le correspondía a otra persona, asegurándome que esa persona no iba a darme de comer en agradecimiento, le dije que era posible que fuera así pero que mi problema era no sacarle la comida a nadie, si alguien quiere o no compartir su comida conmigo, ya no es mi problema, es problema del otro. En fin, el pobre hijo de puta no entendió nada.
Lo peor, me aburro mucho, es como estar retrocediendo constantemente, si no trabajo, me aburro y, más grave aún, me siento una incapaz total, no sólo por la angustia económica que es mucha, si trabajo, me veo desbarrancada a una mediocridad que me revuelve las tripas, las tareas rutinarias, mecánicas, y sin objetivo alguno, la gente y sus… «le dije, porque me dijo, y entonces le contesté…», todo eso que yo pensé en algún momento que podía superar y que descubro con terror que vuelve constantemente para demostrarme que yo también soy de carne y hueso, que no soy de ninguna manera mejor que nadie y que ver las cosas como realmente son no es ninguna virtud personal, es sólo un don con el que nací porque si no más y que más se parece a un castigo que a cualquier otra cosa.
Ver la miseria y el sufrimiento tal como son en realidad no me ha dado ni el coraje, ni la inteligencia, ni la fuerza de voluntad para cambiar las cosas.
Sólo puedo compartir los dolores, jamás remediarlos, me pregunto si esto lejos de hacerme mejor que el resto no me hace mucho peor. Si mis lágrimas y mi rabia no son capaces de dar un sólo fruto positivo, es que no sirven de nada.
Los extraño mucho, se suma a todo aquello que me toca darles y no les estoy dando, todo lo que puedo recibir y no recibo, unos mates conversados, algún libro compartido, y la tranquilidad de sentirme en casa alguna vez.
El refugio y el calor que parece que ya no puedo sentir en ningún lado. El mundo, tan grande que parece y se me ha hecho chico de pronto, pocas puertas quedan por abrir, sin embargo padezco de una enfermedad compulsiva que me hace abrir puertas y mirar hacia adentro, sigo buscando algún tesoro oculto y cada tanto encuentro alguno, no deslumbran como esperaba pero me da fuerzas para abrir la próxima puerta, también para inventarla si no la encuentro… «aún guarda la esperanza la caja de Pandora».
No sé si la carta llegará a tiempo para el 7 de abril, en todo caso ese día estaré con ustedes, igual que cada día. Solcito llevó un vino chileno para su abuelo, porque dijo que era lo menos que merecían sus ochenta años, así que llenen mi copa y bébanla entre todos. Primero papá y luego todos, todos sin saltarse ninguno, ni mamá, ni una sola tía, ni mis hijas, ni mis sobrinos, ni cuñado, ni hermana, nadie debe quedar fuera, la copa tiene que ser grande y espero que alcance la botella.
De regalo, papito, va mi corazón, que todavía puede darte más de un susto y, espero, alguna alegría.
Los quiero muchísimo, cuidense mucho y escriban pronto.
Millones de besos
Mariángela
PD: Grandes abrazos y besos de Andrés