Marzo 31 de 1957
Apreciada Elba:
Como todas tus anteriores, esta nueva carta tuya ha venido a cumplir su función de oasis. No sé si me comprendes. No es que me satisfaga tal o cual párrafo, ni que especialmente repare en algo que dices y que compone parte de tu mundo. Es más simple: atrapo una palabra, a lo sumo dos, y le construyo en torno de ellas un castillo tremendo y lleno de recovecos, y pienso en esas palabras y les abrigo con fantasía y sueños, como si tuvieran vida o luz propia o corrieran algún peligro. Me gusta fantasear, juguetear con duendes, necesito hundirme “desde la piel al alma”, como dice Neruda, para ser interiormente feliz.
De todas las preocupaciones que asolaron mi ánimo días pasados, la única que ha dejado rastros es la muerte de mi abuela. Su casa linda prácticamente con la nuestra y nos veíamos a diario. Ella era una mujer vigorosa que dedicó al trabajo toda su accidentada existencia. Tuvo hijos, los crió, levantó con sufrimiento un hogar de combate. Así siempre. Hasta que un día se termina. Momentos antes expresó su angustioso deseo de no morir. (Pienso que en esos instantes se derrumban los pilares de la fe y se advierte que solo existe un perímetro de carne magullada al que hay que proteger sin demora). Murió. Y ante la presencia de la muerte tuve extrañas revelaciones. Frente al cadaver de la abuela sentí palpitar intensamente mi yo interior; lo sentí aislarse, manifestarse plenamente como hacía mucho que no ocurría. Todas sus reacciones y algunos pensamientos cuyo primitivismo podría espantar a algunos aprejuiciados tuve el timo de recogerlos en un papel que, si se quiere, tiene ahora el valor de una radiografía.
Lo evidente es que ante un familiar muerto y no contemplando las estrellas, es que uno tiene noción cabal de su insignificancia.
El asunto de tenerse rabia corre paralelo a la ambición que el individuo demuestre en lograr cierto objetivo. El saberse incapaz despierta una réplica subconciente o bien inhibe para siempre al fulano. Yo, en oportunidades, he llegado a tenerme tanto odio y hacía que la tendencia al auto-castigo saliera triunfante de esa otra, la tendencia burguesa de hacer la “vista gorda” y perdonar.
Casi toda la gente ha desnivelado alguna vez la balanza y se inhibe en ciertas cosas y se arriesga en otras. Yo, por ejemplo, perdí el puesto en la editorial porque actué con demasiada prudencia. Inhibido. Y por qué? Me sucedió lo que al Romeo que intenta declarársele a la mujer de sus sueños. La lengua se le hace un moño porque a él le importa mucho y está arriesgando su felicidad y su futuro. En cambio procedería con absoluta desenvoltura ante una mujer por la que no experimentara un afecto verdadero.
Pienso tal como tú piensas con respecto al recuerdo que irradian los muertos. Pero hablas de “obras constructivas” y en eso has dado en la llaga. Pienso con angustia que mi abuela ha muerto sin haber hecho otra cosa que prodigar en fecundidad de madre y luchar infatigablemente año tras año, apostando una cuota de energía que cada vez resultaba más difícil satisfacer. El hogar – las paredes – están, los hijos por ahí andan… Te parece que éso es todo? Que ése fué el objeto de su viaje a la tierra? No, querida Elba, pienso que además hay otra sed que mitigar, que hay consignas que nada atañen al músculo, y que quien consagra su vida a un esfuerzo material, está errando el camino y renegando de su condición humana.
Para la próxima me reservaré el tema “Porque el hombre no puede ser amigo espiritual de la mujer”, aunque a decir verdad no me acuerdo bien a qué viene esta cuestión.
“Despierta y canta” creo que es de un norteamericano llamado C. Odets. Este escritor prohibió la representación de varias obras suyas, entre ellas “Golden Bay” (que es buenísima), que estaba ensayando el teatro “La Máscara”:
De “La zorra y las uvas” poco es lo que puedo decirte. No es una gran obra ni está bien interpretada. Priva el sentido comercial y gusta porque llega fácilmente pero con recusos poco artísticos.
Ví dos películas buenas: “Rifufí” y “Té y simpatía”, francesa y nortamericana, respectivamente.
En tu carta dices que te sientes amiga de todo el mundo sin que te importe el sexo. Decididamente no lo creo. Profundiza un poco. Espero que en el fondo tú tampoco lo creas. Por lo pronto, el significado de la palabra “amigo” se ha deformado bastante, pero aún así… Amigo de todo el mundo equivale casi a no ser amigo de nadie. Son teorías, claro, pero es lo que pienso.
Algún día te he de escribir una carta que valga por todas. Es una broma: sé que no podré. ¿no crees tú también que es necesario que nos escribamos?¿O me equivoco?¿O es de nuevo un sueño? Una pregunta: ¿qué es lo primero que pensarías si de pronto no te escribiera más? Perdona si te abrumo con estas tonterías, pero te aseguro que poner punto final a una de estas cartas me resulta bastante difícil; entonces pretendo imaginar que algo de eso te ocurrirá a tí también. (Como le llamas tú a ésto?)
Será hasta la próxima.
Norberto.