Enero 15- 1960.
Elba: 
Te envío esta carta sin muchas esperanzas de que la recibas en los plazos habituales. Acabo de leer en los periódicos de la noche que un sector de Correos iniciará mañana el paro general si es que no ponen en libertad a sus dirigentes gremiales. 
Ola de irregularidades en Buenos Aires. Ocurren aqui pero desgraciadamente repercuten en toda la extensión del país. Tenemos huelgas de hambre (en plena era cósmica), duelos entre señores que alardean de su honor y mesas redondas que apenas si son triangulares. Todo suena a falso y a ridículo. No vale la pena extenderse en charlar sobre cosas de las que ustedes deben estar enterados. 
Tu carta, que está fechada el 1° de enero, llegó a casa el día 12. Por si recibes ésta carta antes del próximo año -y retribuyendo tu atención- te deseo un feliz año 1961.
Entre nosotros, en mi familia, generalmente hay poco eco para festejar las “tradicionales” fiestas navideñas; pero este año lo hubo menos todavía por las circunstancias que imaginarás, cosa que me alegró porque soy poco afecto a protagonizar estas parodias y a reunirme con quienes no siempre son de mi agrado, y eso por el solo motivo de que el almanaque lo indica. 
Me pasé todos estos días en el club, disfrutanto del placer de tomar sol y nadar, sin apuros y sin pensar en otra cosa que en la dicha de poder disponer de momentos asi. Te aseguro que uno se siente un poco Whitman cuando no tiene urgencias que lo aguijoneen, del tipo de las que me tuvieron a mal traer últimamente. Es el juego de alturas y depresiones a que uno debe someterse sin escapatoria. Esta es época de calma chicha, y por eso, para mejor vivirla, me esfuerzo por tener plena conciencia de ello. 
He reiniciado el trabajo “comercial”. Creo que por todo 1960 deberé publicar el tipo de literatura que tú, con toda razón, me criticas. Tal vez pueda superar la crisis económica- familiar, si es que durante este año la imaginación me da para el cúmulo de tonterías que me hacen falta. 
Cuando recibas estas líneas quizá ya hayas leído “Tango hermano”, que me publicarán en Vea y Lea del próximo jueves. Me gustará saber tu opinión, como asi mismo la que te merezcan algunas otras cosas que me pescarás por ahí. 
Hemos terminado “Dios y el gato”. Por supuesto, todavía debemos ajustar algunos detalles finales. La obra es bastante larga. (tiene siete escenas) y por la índole del tema tenemos especial cuidado en determinar la difícil (para mí difícil) personalidad de alguno de sus personajes. Yo no estoy muy acostumbrado a enfocar el trabajo desde un ángulo tan dramático como el que exige esta obra. Me gusta más ser mordaz y buscar la risa del público, aun en base a recursos amargos. Pero aquí, en este drama, he decidido descartar toda ironía, puesto que salvo uno todos los personajes se ubican en la línea de la sinceridad con ellos mismos. Aqui no hay buenos ni malos, no hay villanos. Pretendo (y también es la intención de la coautora) que las psicologías sean de lógico humanismo, y que no se arribe al desenlace condenado de nadie, ya que no hay condena para los que actuan poseídos de una idea honesta (equivocados o no).
“Dios y el gato” es uno de los trabajos más importantes que he hecho hasta ahora. Lo presentaremos en Nuevo Teatro y en el Florencio Sanchez, de la Capital, y participaremos con él en el concurso de teatro que organiza la Universidad del Litoral. 
Es mi propósito enviarte una copia, para que me digas si vale la pena alentar tantas esperanzas, pero todavía estamos trabajando con el original. Estimo que lo dejaremos listo para mediados de febrero, que será cuando hagamos copias. 
Todas estas ocupaciones (club, trabajo, literatura), sumadas al calor y a una especial molicie que tengo desde hace un tiempito, me privan de leer en la medida que antes lo hacía. Estoy leyendo “Sartoris”, de Faulkner, pero avanzo tan lentamente que pierdo el interés por continuarlo. 
Leí “Ortodoxia”, de Chesterton, y no me pareció una obra de fondo. Lo mejor de los últimos meses me resultó “Por qué no soy cristiano”, de Rusell, del que ya te hablé.
No he leído “Viñas de ira”, pero será el próximo libro que compre, porque no eres la primera que me habla bien de él.
He ido a ver dos buenas obras de teatro. En Nuevo Teatro, “Muchacha de Campo”, de Clifford Odets, brillantemente interpretada por la cada vez más admirable Alejandra Boero. Y en Teatro de Bolsillo (Salón Kraft), “Tovarick”, de Jacques Deval, una comedia fina, muy fina, que se ve permanentemente con una sonrisa en la boca. 
En cine, nada importante. “El idiota”, rusa, en base a la novela de Dostoiewsky, me páreció sumamente discursiva. Lo único amable fué “La familia dedos largos”, inglesa, con el humor típicamente inglés.
Dale mis saludos a Imelda… y también a su marido. (Por si esta carta también tarda mucho, salúdalos también por el nacimiento del primer chico.)
Te agradezco el permanente recuerdo que tienes para conmigo. No sé si soy merecedor de él, ya que en líneas generales he sido bastante injusto contigo. Tú pagas a ello con la nobleza de una verdadera camarada. Tus libros son índices de este afecto, al que yo trataré de responder siempre con el respeto y la sinceridad de que te has hecho acreedora. 
A veces lamento que no vivamos más en contacto, el uno del otro, pero a veces también creo que sea mejor así, porque yo me siento inhibido para retribuirte tan bien como tú mereces. Es notable, pero aun no he podido desembarazarme de ese “complejito” del que ya te hablaba en mis primeras cartas”. Es que la responsabilidad de afrontar una amistad integral como es ésta nos vuelve un poco timoratos, nos apabulla un poco y nos hace pensar cosas que no quisiéramos. La vida es injusta con nuestros propios sentimientos e incidimos en perjuicio de los sentimientos de la gente que nos rodea. 
Perdóname por toda esta vaguedad… De todo ésto ya hemos hablado demasiado. 
Saluda a tus familiares y amigos, y al señor Dhers, del que hace mucho tiempo que no tengo noticias. Culpa de Alsogaray, seguramente. 
Norberto.