Diciembre 17- 1959.
Elba:
Hoy es mi cumpleaños. Es un día como los demás, quizá demasiado caluroso. Ayer he ido a sacar el abono para la temporada de pileta, pero el carnet respectivo me lo darán recién esta noche, de manera que mañana espero pasarme el día zambullido. 
No sé si te dije, pero estoy en uno de un remanente de las vacaciones. El 22 vuelvo a trabajar. Las próximas las obtendré para fines de marzo venidero. 
El uso que hice de estos días sin oficina quizá justifique la demora con que respondo a tu última carta. Con Ana María Ponce concertamos la realización de una obra de teatro en base a un excelente cuento suyo. (más que cuento, una novela corta).
De manera que ella vino a Buenos Aires y durante la semana pasada hemos escrito bárbaramente. Pero como la obra no quedó terminada, y como ella debía volver, entonces la acompañé a Santa Fe, donde escribimos las tres escenas finales. Por supuesto, la obra todavía no está para ser presentada, faltan limar aristas y purificar el contenido de algunos diálogos. Pero el grueso está hecho.
Nuestro plan es éste: presentar una copia a algunos amigos que tengo en “Nuevo Teatro” y otra en un concurso para escritores del litoral que organizan en Santa Fe.
Es lástima que Ana María Ponce viva tan lejos de la capital (o que yo viva tan lejos de Santa Fe), puesto que juntos podríamos escribir grandes cosas, obras de más aliento, que yo sometería a su filtro y ella al mío. Esta chica tiene más o menos la manera que tengo yo de sentir la literatura. Y resulta de gran ayuda encontrar una persona asi, puesto que uno y otro, sosteniéndose, contribuyen a su crecimiento. 
El cuento se titulaba “Doña Agata”, pero la obra pasó a titularse “Dios y el gato”. Creo que hemos ganado en sugestión. El tema, creo yo, es apasionante. Trata del fanatismo religioso. Agata – que según A.M.P. existe en la vida real- es una mujer cincuentona, madre de dos hijas y esposa de un hombre inválido. Subordina todos sus actos al fervor que le inspira la palabra de Dios. Y eso ha motivado su deshumanización, y sin saberlo, ha sido la causa por la cual, un año antes, se ha suicidado su único hijo varón. Una de las hijas, casada como Dios manda, no es feliz porque el marido es un perdulario. La acción refiere la decisión de la chica por perder un hijo que tiene engendrado. La otra hija es soltera y ama a un muchacho de tendencia izquierdista. La obra culmina cuando, a instancias del padre (un hombre sin carácter, postrado en una silla de ruedas, sumido siempre en sus reflexiones), la hija soltera se va con el novio. Y cuando la madre se opone, exasperada y vehemente, trayendo como siempre el mensaje de Dios, el padre saca una carta que nunca quiso mostrar y la lee. Es una carta que el hijo suicida escribió a su padre antes de matarse. La última escena muestra -como la primera- a Agata en la iglesia, rezando. Pese a todo, nada ha cambiado en ella. 
Imaginarás el trabajo que nos llevó armar una trama tan combativa, máxime porque en cuestión de credos A.M.P. y yo no estamos de acuerdo.
Ahora la distancia nos desencuentra un poco y tal vez nos demore para tomar las decisiones finales. Es lamentable que siempre tropecemos con la geografía cuando en nuestra vida se presentan oportunidades de acelerar su realización. En verdad, todo ésto me amarga un poco, porque se me ocurre caprichoso toparme a menudo con estos “no poder ser” que sin duda restan chance a mis más caros anhelos. 
He recibido el libro de José Ingenieros. De nuevo, gracias. En verdad creo que haces mal en recordarme todos los años que estoy un poco más viejo. Tú y yo creo que hemos superado la etapa en la cual imaginábamos al día de nuestro cumpleaños como un día de gracia, distinto a los demás, alegre y divertido. Tu libro -ya tengo una Biblioteca Gianibelli- significa de nuevo el sincero testimonio de tu amistad. A ella digo gracias, pese a que no pueda y no sepa retribuirle más que con eso. 
Dices que leiste los últimos “Ficción”. Si no lo has hecho lee un brevísimo cuento de un tal Anderson Imbert, titulado “Sabor a pintura de labios”. Es un hallazgo de belleza morboso-literaria. Creo que está en el último. 

Cine:  “Comisario a la fuerza”:  Kenneth More-Jayne Mansfield. Regularita, nomás. A veces uno se sonríe. 
“El arpa birmana”, japonesa. Excelente fotografía. De un misticismo un poco extraño para nuestra sensibilidad. Pero hay que verla. 
“El festival de Tom y Jerry”. Con la excursa de llevar a un nene, uno puede pasarse un rato divino.  “Confesión de pecadores”, de Ingmar Bergman. Buena, qué otra cosa podía ser! Claro que las hay mejores. “Los orgullosos” (de la semana de Gerard Philipe), con G.P. y Michael Morgan. Argumento: Sartre. Puede pasar de largo, a menos que uno quiera ver buenos actores. Pero como cine, no hay mucho que admirar. 

Affaire Emilse: Ya sé lo que le pasa. Esta chica debe creer que todos los hombres osn iguales. Tratamiento: Freud. Tesis: es mejor no creer que crear; es mejor tener mala fe que buena fe; es mejor renegar de álguien aunque no existan pruebas que asi lo aconsejen. Así pagan! Y pensar que uno, lo más confiado, se comió la manzana. 
Hasta la próxima
Norberto.