Febrero 19- 1960
Elba:
Anoche recibí una gran sorpresa al llegar a casa y encontrarme con carta tuya. La verdad es que me había desacostumbrado un poco a esta “otrora” nutrida correspondencia. Espero que ésta tuya haya servido para reanudar la charla, la polémica, la pelea, o lo que sea. 
No hace mención a una línea que te envié hace unos días. Tal vez, y por resabios del mal servicio postal, se haya extraviado o demorado. En ella te decía algo que para mí constituye todo un acontecimiento: un acontecimiento por partida doble: dejé la Caja de Ahorros y me incorporé a la redacción de Vea y Lea.
Ocurrió que el secretario de redacción, dejó el puesto debido a una beca que le fue otorgada por la Unesco, de manera que para continuar su carrera debió ir a Chile, donde la Unesco tiene su asiento sudamericano. 
El jefe de redacción -un hombre al que ya conocía, desde hace varios años- me llamó a casa ofreciéndome el puesto. Demás está decir que luego de precisar ciertos detalles y de constatar la conveniencia económico-vocacional del empleo, acepté volando. 
Ahora te escribo desde mi bastante burgués escritorio (siete cajones, máquina de escribir, ventilador y lámpara de mesa), en un rato que me dejan  libres las ocupaciones. Mi función es leer, determinar qué cosa puede ser interesante, tratar con colaboradores, escribir notas. Ironías del destino: ¡en mis manos está la carpeta de cuentos policiales! ¡Cuánto me gustaría dejar la ética de lado y publicar todos los míos!
El trabajo me encanta. No solo por lo cómodo (de 13 a 18.30 con espacios de café y refrigerio) y bien remunerado ($8000.- más las colaboraciones), sino porque los siento como algo vinculado a mi inquietud. Aquí uno puede emplear su propio criterio, pensar, ser algo más que una tuerca. La revista tiene la personalidad de quien la hace, y literariamente ésto corre por mi cuenta. El jefe de redacción vale más que nada por los intereses comerciales y porque los artículos de un número comprenden el interés de todos los públicos.
En fin… estoy tan contento que tengo un poco de miedo. 
¡Por fin me reivindico ante la faz de mis amigos! Me alegro que “Tango hermano” te haya parecido nomás un buen cuento. En realidad ha despertado en general buenos comentarios, incluso aquí -que es donde más pesa-.
En el número del jueves se publicará “Pesadilla” de Ana María Ponce, y luego “(?) y la rutina”, que escribí en colaboración con un amigo. Espero que mi presencia incida en mejor material de lectura, sobre todo de cuentos, que era lastimoso.
Junto con estas líneas te remito “El machito”, cuento serio, que enviaré al concurso que organiza “El grillo de papel” una revista que tú catalogarías de reaccionaria izquierda. Te envío una copia, pero te pido que me la devuelvas para antes del 20 de marzo, que es cuando tendré que presentar allí los tres ejemplares. ¿Te gusta el seudónimo?
De “Dios y el gato” hicimos cuatro copias. Tres están ubicadas en distintos teatros independientes (incluso “Nuevo Teatro”), la otra la tiene Ana María Ponce. Por eso lamento no poder mandarte también este nuevo intento teatral, pero te prometo que apenas pesque una de las copias en danza, la meto en su sobre y te la hago llegar. 
He ido a ver “Los primos” dos veces. Es una extraordinaria película, bastante mejor que “Los tramposos”. Más lograda desde el punto de vista artístico. Es cine en su más pura expresión, con todos los atributos que deben caracterizar a una obra de verdadora jerarquía. Naturalmente… también se presta a la polémica.
Y hablando de “Los tramposos” recuerdo ahora una pregunta tuya. Si, comenté con algunos amigos la disputa que esa película nos disparó, y llegué a la conclusión que esa película hace pelear a cualquiera. He observado que haciendo dos o tres preguntas claves acerca de ella o de “Los primos” uno puede determinar bastante acertadamente las cualidades e inclinaciones estético-morales del interlocutor. No se puede opinar sin dejar librados nuestros principios a la exposición de quien nos escucha. 
He vuelto a ver la inefable “Ocho sentenciados” con Alec Guiness, y me he aburrido con “La ley”, Gina e Ives Montund.
Me alegra mucho y confío en la honradez de tu confesión cuando manifiestas haber superado el trance del seudo- enamoramiento (encantamiento, diría yo). La verdad es que me sacas un peso de encima, porque aunque parezca incongruente, el amor desvirtuaría el concepto de esta amistad. (hablo del amor vivido así, a la distancia, alimentado a fuerza de pensamientos escritos y de ilusiones que uno se forja para sí sin que el otro sepa nada).
La amistad da fluidez a nuestra charla y nos exime de responsabilidades; nos permite incluso ganar nuevas amistades y ensanchar nuestro caudal afectivo. Pero no nos compromete. Yo no soy un tipo de andar rastreando nuevas amistades, pero no quisiera que de obtenerlas me viera precisado a prescindir de ellas por el tonto motivo de que “no está bien”. Y esto, aunque te rías, sucede a quienes están de novio y forma parte de los reproches comunes que ella y él se hacen apenas uno u otro tiende una nueva relación. Yo no sé lo que son los celos, pero me apenaría que mi conducta azuzara los celos ajenos.
Explicar porque me temo que “he sido injusto contigo” me llevaría otras cinco carillas, pero tú no estás dispuesta a leer otras cinco carillas de esta letra. Ya habrá oportunidades.
Por supuesto, yo también quiero proseguir adelante con esta amistad, que es una notable experiencia de afecto y comprensión (aunque disintamos en muchas cosas, estamos de acuerdo en seguir disintiendo). Así veo yo la amistad, sin que uno vaya a la personalidad del otro, sino por el contrario, que cada uno aporte lo que sepa y mantenga la autonomía de su pensamiento. Respetándose a sí mismo es como dos voluntades pueden llegar a constituir una sola.
Saluda a tu madre y a tus hermanos.
Cordialmente
Norberto