Julio 20- 1957
Elba: 
Hoy sábado, a mediodía, he recibido tu carta. Por la tarde he ido a jugar un partidito de fútbol y me han golpeado tanto que quedé hecho una lástima. Ahora estoy frente a tí nuevamente, pensando si no me olvidaré nada de lo que tengo que contarte. 
Esta semana ha sido tremendamente fría y yo me sentí algo “achuchado”, de manera que opté por hacer vida de proletario (salir del trabajo, ir a casa y ponerse las pantuflas), cosa que a mi madre le pareció tan extraño que casi llama al psiquiatra. 
El jueves ya no resistí más la inercia y me fuí a la Facultad de Derecho, donde auspician el ciclo “beethaveniana”. Escuche la Octava Sinfonía (ni fu ni fa) y algunas otras cosas que no tuvieron la virtud de quitarme la modorra. El próximo jueves asistiré a la función final en la que ejecutarán la Novebra, que según cuentan es la mejor obra de este compositor. 
El viernes -ayer- fuí a plaza Once a oir a Frondizi con motivo de proclamación de los candidatos de la U.C.R.I. para convencionales. La plaza y las adyacencias ofrecían un espectáculo imponente. (Se filmó, de manera que aparecerá en los próximos noticieros) Frondizi sostuvo su particular punto de vista, y dirigiéndose a quienes critican su propensión al peronismo, volvió a decir que no cree sino en el futuro, y que en el presente él no puede olvidar a un inmenso sector del pueblo al que otros partidos y el gobierno condenan. Dijo algo que me gustó: “El pueblo es lo que importa; no interesa de donde viene, sino a donde va.” Pero debo reconocer que en el acto había muchos peronistas que aplaudieron y vivaron cuando Frondizi se refirió al “presidente anterior.”
De allí me fuí al cine a ver “El 41”, película que te recomiendo porque tiene todos los atributos del buen cine. (¿ Nunca te he comentado que soy crítico de cine de una revista literaria (cuyo tiraje creo que llega a 1000 ejemplares)? A propósito, vez pasada me publicaron un poema y luego, en otro pasquincito, un cuento.)
Me he gastado $500 en libros. Compré, entre otras cosas, la Vida de Cristo, de Renán, y el teatro de O’Neill. Con respecto a “El extranjero”, de Camus, quizá tu no me creas pero yo también lo he estado leyendo en estos días. Ya lo había leído, pero quise volver a sentir la soledad de ese hombre y a admirar el paisaje maravilloso que pinta el autor cuando se produce el asesinato de árabe. Te aseguro que el sol me hacía arder los ojos. 
Creo que se trata de una obra fundamental. Justifico su escepticismo, su abrilia, porque es la del hombre que ha razonado demasiado, que se ha pasado, que ha advertido que todo lo nimio es estúpido. Y precisamente a este tipo el sacerdote lo llama “ciego”. ¡Pobre hombre! Se merecía que lo zamarrearan.
Con respecto al cine-club, a fin de recluirme y de meterme en cama temprano, he eludido una reunión que se hará en estos días. Me gustaría iniciarme en el manejo de las cámaras, pero tengo entendido que es un placer prohibitivo, ya que tres minutos de filmación cuestan alrededor de $2000.-. No obstante esta gente filma bastante a menudo y creo que su próximo ensayo será sobre un relato mío titulado “Fiebre”
Te lo contaré suscintamente, tal como lo hemos planeado. 
Primera escena: un camposanto, árboles, yuyales. Llueve y de pronto para y sale el sol. Fué una lluvia de verano: torrencial y rápida. Primer plano: un foso abierto, lleno de agua.
Segunda escena: viene el cortejo, chapoteando en el barro. Sol. Unos cuantos viejos transportaban un cajón rústico. Traen flores. Moscas. Aparecen dos sepultureros. 
Escena tres: los sepultureros colocan el cajón sobre el tarro y lo hacen deslizar hasta el foso. El cajón cae al foso lleno de agua y flota. Los viejos tiemblan. Los sepultureros ríen, le ponen un pie encima del cajón, presionan y lo hacen desaparecer de la superficie. Glu-glu. Lo tapan con flores. Los viejos se van chapoteando en el barro. The end. 
Ya sé, no te gustó. A mí tampoco. Pero sirve  a los efectos de trabajar en exteriores y tiene la morbosidad necesaria para que despierte un mínimo de interés. Con ésto no pienso ir a Cannes, aunque en verdad, si fué este muchachito Torre Nilsson, me parece que no es tan difícil tener “ese honor”.
El otro día un amigo fue a ver “ La bestia humana”, versión autóctona de Tynaire, o Tinayre. (¡Que se yo!) El boletero le dijo: “vea que no es la de Gabini, vea que no es francesa, vea que es nacional… ¡nacional! ¿Va a entrar igual?” Entró. Al siguiente día leyó las críticas -porque había ido para el estreno- y se enteró que “la bestia” no era el personaje que él pensaba, sino otro. 
Hace un momento vino mi madre y me hizo poner un pulover. Lo que menos sospecha es que ahora estoy escribiendo sobre ella. Me dijo: “¿que estás escribiendo? Le contesté: “ A esa chica de Tandil”. Porque ya en una vez anterior le había dicho que esas cartas que recibía tan frecuentes (por suerte) provenían de Tandil. Ella me las deja sobre un mueblecito para guardar las carpetas de los discos. Yo luego de noche miro si hay “correo del sur”. Pero hoy recibí tu carta yo. Recibí tu carta y la revista “Lije”, de la que somos suscriptores. 
Vez pasada hablamos con Néstor de nuestro veraneo y lógicamente hablamos de tí y de tu amiga. Yo le dije a Néstor que sosteníamos contigo una correspondencia y él me respondió: “¿Y cuándo te vas a Tandil? Tú me lo propones también en tu carta. Tengo ganas de ir. No hay buenos cines, ni teatros, ni nada. Pienso que es lo que necesito. Estás tú. ¿Qué más?¡Aunque un fin de semana es poco tiempo, quizá haga el viaje apenas amaine esta “ola de frío”, como dicen los diarios; apenas el termómetro levante un poco su standard de vida. 
Nos encontraremos naturalmente; iré yo o vendrás tú, eso es seguro. Si bien este método de la naturalidad retarda o amula el proceso en algunos casos, lo que se consigue merced a él nos colma de felicidad, nos pone en camino hacia lo verdadero. Más de una vez, me han llamado “frío” o “indiferente” (o cosas peores) porque al no ejercer ninguna presión, fracasé o arrastre al fracaso. Pero no era tal; yo sé bien que eso no es fracasar. Es ignorar, es despreciar. De lo cual me enorgullezco. 
Este último párrafo no está nada claro. Ya te hablaré algún día de este satélite del subconciente que es la incomprensión y del que apenas se conoce una sola cara. 
Y no te entretengo más. Posiblemente tengas hambre o sueño… ¡Y esta carta que no termina nunca!
Pero te equivocas: termina.
Con afecto. 
Norberto.