Julio 28 – 1959
Elba;
Se vuelve monótono que en todas mis cartas deba contarte lo sucedido a mi padre. La verdad es que en estos días han ocurrido cosas tan graves, que el médico se muestra extrañado que las haya sobrellevado. Mejor será que remitamos al rubro “Ya te voy a contar…” la odisea que estamos viviendo y que no nos permite gozar de un solo día de tranquilidad. Mi padre – tan sensato como siempre –  es quien más se acongoja, puesto que pesa sobre su sufrimiento el de todos nosotros.
Como único dato ilustrativo de todo ésto, solo quiero decirte una cosa: el martes 21 mi padre vivió tres horas en estado de coma. Cuando se hubo repuesto, el médico, asombrado, me dijo que mi padre estaba fuera de toda la patología médica.
Yo estoy con licencia médica hasta el día 31.
Estos acontecimientos repercuten notoriamente en todas mis demás ocupaciones. El libro “Camino de libertad” ha quedado a medio leer. Apenas si tengo tiempo de pasar algo a máquina, y eso no todos los días.
He leído, si, mientras cuidaba a mi padre unos relatos de Margarita Aguirre (“El huesped”) y me impresionó como una escritora sensitiva y a la vez vigorosa. Apenas pueda, leeré su libro que, por otra parte, tú me has recomendado.
Terminé de escribir un cuento largo que pienso enviar a “Claudia”, porque Dina Holberg me ha hablado por teléfono y me ha pedido que colabore más asiduamente para la editorial Abril. (Leyó algunas de las cinenovelas que me han publicado y me sugirió que escriba para una revista que editan ellos, llamada “Capricho”.)
El cuento largo se llama “La noche tiembla”. Quizá sea un título un tanto ambicioso, pero creo que el cuento es tan bueno como los mejores que he escrito.
Se trata de una chica fabriquera que a raíz de un accidente pierde gradualmente la vista. El amante – un rufián, lo que en argot se llama “cafishio” – se olvida de ella, hasta que en cierta oportunidad, acosado por sus enemigos personales, debe refugiarse en la casucha de suburbios de la muchacha.
Ella lo cobija toda la noche – porque lo ama, pese a todo – y él mediante un ardid se hace entregar el dinero que ella ha ido juntando para poder operarse. El final, que no vale la pena contar, ya que pronto lo leerás en algún lado, es tan amargo como toda la historia; solo que en la frase final se vislumbra una posibilidad optimista.
Lo han leído algunas mujeres de mi familia y algunas amigas de una chica vecina y se han emocionado de tal manera que yo creí que me estaban tomando el pelo.
Yo también vi, hace mucho tiempo, la película “Algo para recordar”, y me pareció tan exageradamente almibarada que ya estaba casi repugnado. Ví también “Mesas separadas”, una gran obra de teatro llevada al cine con toda dignidad. Ahora se me ocurre esta reflexión: ¿Cómo los productores pueden emplear en bobadas como “Algo para recordar” a una actriz de la calidad de Deborah Kerr, capaz de papeles tan brillantes como el que efectúa en “Mesas separadas”?
Y pienso que Deborah Kerr (perfecta en “Té y simpatía”) debe tener tanta ductilidad como falta de respeto hacia su personalidad de actríz. Ella, tanto como Nat King Cole y tanto como Vittorio de Sica, tienen nombre suficiente como para imponer condiciones a los “industriales” del cine, ya que éstos no son en definitiva los verdaderos responsables, puesto que defienden su dinero y su empresa.
Es evidente que actores como Lawrence Oliver, por ejemplo, escasean en un medio tan corrompido por el afán de notoriedad – y por la mediocridad resultante – como es Hollywood.
Lamento no haber visto la película “El desertor” (polaca) y “La casa donde vivo” (rusa), que a juicio de algunos amigos son muy buenas.
Ese “Qué bien ves las cosas!” no quiere decir que en determinada circunstancia no te equivoques y ocurra, como dejas entrever, algún trastorno – esta vez en el seno de tu familia – con su secuela de reproches ajenos o auto-reproches.
No sé qué ha ocurrido entre ustedes, pero pienso que nada grave puede ser, si tú conoces a tu familia y ellos te conocen a tí. Las cuestiones de ésta índole, levantan generalmente tanta polvareda, que dificulta su análisis, pero ni bien consigue uno apaciguar el ambiente, descubre que todo sigue igual y que los afectos de fondo no han variado.
Creo como tú que es mejor que no me cuentes nada, sobretodo hasta que no estés segura de su verdadera trascendencia, o hasta que no creas firmemente que con ello remediaremos algo.
Mi orgullo hacia tí lo produce el equilibrio nada femenino con que enfocas algunos problemas, y por esa causa lo útil que puedes ser en la función que cumples.
Tú dices: “No es para tanto.” Yo diría: “Es para tanto. No es fácil dar con una chica con tantos valores.”
La religión especula tanto con la ignorancia del pueblo, que hasta los curas deben ser bien ignorantes si quieren ser buenos curas.
Solo que la mayoría no quieren ser buenos curas…
Realmente es graciosísimo el episodio de los fantasmas; tanto como doloroso el otro, el del muchacho que estaba cansado de su madre.
Sí, más o menos, lo que ocurre aquí – en el reformatorio de Marcos Paz (cerca de la capital) -, con los muchachos allí internados. Tengo un paciente que es el director del instituto. Mejor no hablar. (El día que este pariente tomó posesión del cargo, por poco lo matan con una caja de hierro que lanzaron desde un segundo piso.)
Hablando de todo un poco: esta palabra “graciosísimo” me tiene preocupado…
El libro se llama “Lolita”, a secas. Su autor es Vladimir Novokov, un ruso residente en Estados Unidos. La versión castellana cuesta el módico precio de $180,-. (Y no tiene ilustraciones.)
Completamente de acuerdo. No hace falta más aclaraciones respecto a enojos, subidas de colores o “heladuras”. Como tú bien supones, yo pensaba que tales estados de ánimo se sucedían regularmente, o que aún persistía de alguna vez en que pude haber dicho algo tan enojoso que todavía tú recordaras.
Mejor asi… mejor asi…
Te adjunto una poesía de Pablo Neruda. Pensaba grabarla y enviártela. Pero ahora he descubierto otra que me gusta un poco más. Grabaré la otra.
Agradezco tus comentarios sobre los cuentos aparecidos en “Estampa.” Es como tú dices. Mi fuerte es el tono farsesco, pero a raíz de los acontecimientos que vivo siento predisposición por el drama. Siempre me ha sucedido así. Lo que escribo es espejo del medio anímico en que actúo. En casa ocurre algo que podría parangonarse: a mi padre le devuelvo la imagen; él es un gran padre, yo soy un buen hijo. Aunque me temo no serlo en la medida de su alivio.
Con el afecto de siempre
Norberto