Octubre 28- 1959.
Elba:
Esta vez no resulta tan fácil conseguir el material de estudio que ustedes estan necesitando. El la Librería del Colegio tenían solo cuatro de las revistas que mencionaste y dudan de obtener las otras. Además -y cosa que no sucedió en Kapelutz- no solo no me han hecho descuento sino que me cobraron el gasto de envío. Te adjunto la boleta.
Ni en esta librería ni en El Ateneo tenían el libro de Terman y Merril, aun cuando esperan conseguirlo en la semana entrante. Iré otra vez y te contestaré en la próxima las novedades que hubiera.
Todavía no presenté “El horizonte es curvo” y lo cierto es que estoy dudando de hacerlo, sobre todo luego de haber sostenido una charla con el director de uno de los conjuntos que participará del concurso, ya que según él se darán preferencia a temas nuestros, cuya digestión resulte fácil al público, que tengan un contenido exento de símbolos y que, en una palabra, desarrollen una temática folklórica en un ámbito también folklórico.
Estaba pensando en mandarles “La almohada”, una piecita en un acto, tan breve como ésta, que trata una cuestión por demás accesible a este tipo de platea. No sé que hacer. (“La almohada” fué representada hace ya unos años y la verdad es que salía bastante bien.)
Hablando de teatro, fuí a ver “Historia de mi esquina”, de Olvaldo Dragún. La obra es sencillamente pésima. A la salida del teatro me reuní con un viejo amigo, Walter Cadeyana (excelente actor, genial en su interpretación del padre en “El diario de Ana Frank”), quien me pidió opinión de lo que acababa de ver.
Yo dije claramente lo que me parecía y como mi crítica le pareció interesante llamó a Ferrigno, director del Fray Mocho, y a Dragún, para que yo les expusiera a ellos mis puntos de vista. Con Dragún tuvimos una “trenzada” que duró casi tres horas. Lo que más me asombra es que esa gente -se agregaron después dos actrices, malitas ellas- me escuchara con toda atención. Y no creas que me hago el artículo si te digo que no pudieron rebatir uno solo de mis argumentos. Quedé en volver por allí, pues me invitaron a una reunión del consejo artístico.
Pienso que Dragún es intelectualmente inepto para lanzar desde el escenario un mensaje de índole social. Es un rebelde; está enojado con todos. Suicida a todos sus personajes porque, naturalmente, los va estrangulando a fuerza de penurias. Esa es la función que le cabe a un autor? Uno, como integrante de la platea, sale pensando: Estamos perdidos! Y a eso se puede llamar hacer teatro? Es fácil decir que todo está podrido; no hay que ser genio para crear una criatura y rodearla de dificultades y luego, en el último acto, matarla o hacerla morir en la cárcel.
La interpretación es también bastante enclenque. Lo único que me gustó fué el tango “Golondrinas” que usan como música de fondo.
Fui al cine a ver “Ascensor para el cadalso”. Está dirigida impecablemente por un tal Louis Mallé. Vale la pena verla, pese a que con el argumento hay que ser un poco tolerante, ya que suceden coincidencias poco menos que fantásticas.
Próximamente espero ver “Almas en subasta”, con Simone Signoret, que me han dicho que es buenísima. La película, en su versión original se llama “Un lugar en lo alto”. Aquí no vieron nada mejor que ponerle ese título carnicero.
Te he dicho, creo, en mi carta anterior que estoy escribiendo bárbaramente. Todo el tiempo libre lo ocupo en teclear esta rendidora maquinita, la que hasta ahora se ha portado a la perfección. He escrito unas cuantas cinenovelas y algunos cuentos. Tengo que hacerlo -y escribir pese a que algunas veces me muero de sueño- porque debemos salir cuanto antes del pantano económico y poder vivir entonces un poco más tranquilos y libres de tamaño problema.
Luego de leer el diálogo que tuviste con tu amiga María Ester, me pregunto si las dudas que hacen al acerbo íntimo del individuo, aquellas que están en consonancia con su verdadera personalidad, debe uno arrancárselas recurriendo a otra persona, la que por “oficio” tal vez lo consiga, aun cuando él mismo quizá no pueda hacerlo por auténtica convicción. Pienso que lo mejor es tratar de producir en nuestro laboratorio espiritual, la fórmula que contribuya a disipar la niebla, que sea capaz de orientarnos razonadamente, sin presiones foráneas, sin estímulos que bien pueden ser engañosos, puesto que unos y otros son parte interesada (creen o no, tienen ya sus baterías prontas), de manera que mal pueden ponerse en el lugar de quienes dudan. Ellos solo intentarán arrastrar al candidato para que constituya parte de su bando.
Las dudas debe uno quitárselas estudiando y estudiándose. No yendo a que un señor le “sople” la solución al oído, porque bién puede él estar equivocado. Y es terrible eso de caer en el error por coerción ajena.
Tu hermana tiene razón. Tú te inclinas siempre a atribuirme virtudes que me son tan ajenas que francamente hasta resultan un poco graciosas. Cualquiera que te escuche por allí pensará de mí que soy una especie de Superman del pensamiento. Soy un tipo con convicciones formadas (en ciertos puntos) y con fuerzas -creo- como para llevarlas adelante. No soy ni remotamente una excepción en la materia. Tengo mis defectitos, disimulados en este caso debido a la distancia que nos separa. (Distancia que nos une, tal vez.)
A tu pregunta sobre mis proyectos con Ana María Ponce contestaré un poco globalmente. Muchos proyectos, muchas ganas compartidas de trabajar juntos. Un poco más adelante podré hablarte en detalle de todas estas cosas. Esta chica no escribe solo cuentos policiales; por el contrario, sus mejores trabajos no pertenecen a ese género. Pronto tendremos una nueva entrevista.
Creo que el temita “Los amantes” demandaría una extensión demasiado larga para tratarlo en toda su profundidad. No estoy en nada de acuerdo contigo, y eso quizá porque no he podido descifrar bien lo que me quieres significar cuando dices que “no trampean su alma, pero sí su espíritu.” La palabra “alma” nunca la he entendido.
Te preguntas cómo es que sucedan ciertas cosas (que la muchacha se acueste con uno y otro). Yo, a veces, en la vida real, me pregunto cómo es que no suceden ciertas cosas. Y opino que en ese no suceder está la verdadera trampa.
Tu tradicionalismo al respecto es típico de provincias. Estoy seguro de que no lo haces por comodidad, pero estoy seguro también que no es falta de inteligencia lo que te inhibe para comprender ésto. Digamos mejor que en tu interior se han afincado creencias irreconciliables con la verdadera función del ser. Y por ello seguramente darás primordial importancia a todo aquello que signifique “la apariencia moral de la persona”. Y esa moral obra a la manera del pintoresco cincurón de castidad, ese cómico artefacto que se usaba en la época de las Cruzadas. Y aun muchas de ustedes, las mujeres, no han superado un concepto que ante mis ojos -opinión meramente personal- las hace aparecer insuficientes para un elemental grado de evolución.
Mi abuelo cuenta que en la baja Calabria, los labriegos lavan con sangre el deshonor en que suelen caer las doncellas. Ese solo hecho me hace pensar que si gente de tal catadura y de tan bajo nivel social piensa así, seguramente la verdad debe estar del otro lado. No puede ser que ellos la sustenten, puesto que entonces José Ingenieros está de más.
Hasta la próxima
Norberto