Abril 29 de 1957
Elba:
No quiero demorar mucho en responder a sus líneas. No he de ser yo, por otra parte, quien interrumpa este diálogo entre amigos, suscitado espontáneamente y que adquiere la importancia de una revelación. 
Nunca me valido de lisonjas para granjearme la confianza de otra persona; no las hago tampoco ahora porque la sinceridad me inhibe y podría pecar de grandilocuente. No obstante, quiero transmitirme un poco de la alegría que experimento por el hecho de haberla conocido y porque esa circunstancia me permite ahora recibir sus cartas, las que ya espero con una suerte de expectación. 
No se vaya a creer que soy tipo de cartearme con mucha gente. Por el contrario: usted es centro y eje de toda mi actividad epistolar. Tarea esta que cuenta con mi predilección puesto que -quien a riesgo de inmodestia- imagino dos cosas: que usted en su Tandil solaniego me recordará un poquito (un 10% de lo que yo la recuerdo); y que en el momento de escribir sentirá parecida satisfacción a la que estoy experimentando yo en este instante. 
Si así fuera, estimada Elba, me sentiría orgulloso de haberme ganado una amiga con la que me siento plenamente identificado. 
Con respecto al teatro -ese viejo arte tan profanado- quiero decirle que ví “Historias para ser contadas” por el Fray Mocho. Y no solo eso: fuí un viernes día de debate entre autor, actores y público y tuve un “violento” cambio de opiniones con Dragún (que es un muchacho de no más de 28 años oriundo de Bahía Blanca). Pedí la palabra (con lo tímido que soy) y expuse mi excencia de que no solo se había exagerado la falta de solidaridad humana (lo cual y dado el carácter trágico- simbólico- esquemático de la obra, podría pasar) sino que lo que me parecía mal era que el autor no se había procurado el elemento que sirviera de válvula, que hiciera vislumbrar una posibilidad de solución a todos los problemas, que liberara con un rayito de luz ese negro pozo de pesimismo, que es la pieza. Creo que es deber del autor, le dije, educar y orientar al público, no enredarlo todavía más; mostrarle sus lacras pero en comparación ofrecerle los medios de una redención edificante.
Algunos actores aceptaron mi punto de vista, pero el autor se mantuvo en el suyo: cree que con sacudir la conciencia de la platea ya se ha logrado el efecto buscado. 
Aquí, en “Nuevo Teatro” (lo mejor que hay en teatros independientes) se está representando “Heredarás el viento”, de Lawrence y Lee, norteamericanos en Buenos Aires en los últimos diez años. Yo la ví tres veces. El mes próximo parten para Montevideo donde inaugurarán el teatro Odeón con varias piezas de su repertorio (“Medea”, entre ellas, que para mí es inolvidable).
En cine, a excepción de “El ferroviario” no he visto nada bueno. Ví una sueca bastante floja (“Afuera sopla el viento”) y un bodrio a la italiana, lacrimógeno y en colores, titulado “La torre de Nesle”.
De música mejor que no hable porque a pesar de que me gusta Wagner y Beethoven, que son genios no aptos para cardíacos, debo reconocer que soy absolutamente profano en todo lo que sea corcheas y fusas (y eso que de niñito estudié piano).
Me gustan Yupanqui, Duke Ellington y Alberto Morán porque estimo que cada uno de ellos encarnan la esencia anímica de sus estilos. Ah, y me olvidaba de Gershwin, el de “Rapsody in blue”.
En lo que a mí respecta, no creo que sea novedad decir que circunscribo mi vida en torno a la literatura. Pienso que es para lo único que me gusta.
Actualmente estoy escribiendo un acto teatral con dos personajes, que titularé más o menos “Guardia en el peñasco”. Cuando lo termine lo leerá mi padre, algunos amigos y después lo guardaré, y dentro de 60 años quizá lo vuelvan a leer mis nietos.
Terminé otro cuento para “vea y lea” que llevaré esta semana: “La señora Doris tiene jaqueca”. En “Mundo Argentino” quedaron en publicarme “Una golondrina en el alambre” y en “Esto es”, “Muchacha de su casa”. Demás está decir que la promesa de esta gente es casi tan vana como la palabra de una chica. Esto lo digo generalizando, claro, ya que existen excepciones tan notables y frecuentes como un eclipse de sol.
Con carácter de noticia atrasada debo decirle que con Néstor pasamos semana santa en Mar del Plata. Fué un viaje planeado en minutos que nos insumió unos cuantos pesos, ya que, en el casino nos fué terriblemente mal y además viajamos en avión.
Quisiera seguir escribiendo pero adivino que a esta altura de la carta ya debe haber bostezado cuatro o cinco veces. No quiero insistir, es señal elocuente de que debo poner punto final.
Quedan en el tintero unas cuantas cosas que le diré en una próxima, si es que me siento todo lo inspirado que usted merece. Aunque, a decir verdad, esto de la inspiración huele a falso y suena a hueco. Para escribir a la persona que se estima no hace falta vestir a nuestra prosa con otro atuendo que no sea el de la sinceridad.
Hasta pronto.
Norberto.