Marzo 4 – 1959
Elba:
Realmente hemos padecido en Buenos Aires unos días abrumadores. Al calor de casi 35 grados había que agregarle un 80 por ciento de humedad, que es lo que torna tan poco tolerable nuestra etapa estival.
El calor «febriliza» la imaginación. A mí me asaltan delirios de echarme al mar y entregarme a él con morboso deleite. Hasta que me pesquen con una red y un juez -que podría ser Neptuno- me rotule de «amoral». (Esto es digno de Freud)
Aprovechando la excelente refrigeración de nuestros cines (no todos, claro), ví tres películas. «Las tierras blancas»: un loable esfuerzo del gran Hugo del Carril. De gente como él se puede esperar un «cine argentino.» «Burlemos a la ley», inglesa, una de esas películas que uno puede ver mientras hace la digestión; amable y entretenida. Y «Sabaleros», con Isabel Sarli y nadie más. La película es un plomo, pero Isabel se baña (esta vez se jabona) y el cine se llena. Un extraordinario éxito comercial.
Aquí en la capital todo el mundo se niega a pagar el importe de la tarifa por consumo de luz y energía eléctrica. Es bárbaro lo que la han aumentado (algo así como el 300 por ciento.) En Flores -un barrio- se han organizado comisiones que instan al vecindario a resistir este nuevo abuso del gobierno. Es una arbitrariedad. Nosotros no pagamos, y nuestros vecinos, solidarios todos, se han negado también. Es una manera de entender la austeridad.
Imagínate que con el televisor, la heladera, el lavarropas, el ventilador (que funciona permanentemente), la licuadora y la pancha, de $250- que pagábamos nos fuimos a $800-. Entonces la luz me reporta una semana de trabajo. No es equitativo, por lo tanto no se paga.
No sé en qué terminará esta resistencia. Aunque es un notable precedente colectivo, estimo que particularmente nosotros habremos de pactar en cuanto nos corten la electricidad. No es cuestión de tener a mi padre a oscuras, pero hasta tanto ocurra, resistiremos.
¿Puede ser que uno deba pasarse la vida resistiendo a uno y a otros?
¿Vivir equivale a resistir?
No creo del todo lo que dice ese Raymond Cartier sobre China en «Vea y lea», ni tampoco lo que cuentan en un número pasado de «O caujeiro» Creo sí que China está soportando una opresión, pero una especie de opresión constructiva. Una tiranía patriótica, no de las del estilo de América Latina, que suelen ser vendepatria y cuyo único objetivo es el de engordar dos o tres bolsillos dictatoriales.
China pasará en este siglo de los mil millones de habitantes. Creo que luego de Estados Unidos y Rusia pasará a ser el país monitor del mundo, al decir de Ortega y Gassett. Están trabajando fuerte y es un pueblo sabio ¿qué más hace falta?
Desgraciadamente, la opresión hace caer mucho esfuerzo sobre pocas generaciones, lo que hace esclavizante a un sistema de progreso del que van a ser sus propios beneficiarios.
Ese Raymond Cartier es un pésimo periodista. Es un escritor al estilo «New York Times», superficial y vacuo, no te extrañe que mañana le haga un reportaje a Jayne Manfield y que luego te diga que Kruschev usa gorro de dormir y más tarde que en Jupiter hay hombres con tres narices. Como periodista prefería a un tal Vicente Sanchez-Ocaña, emigrado español, que ya hace mucho que no publica en «Vea y lea.»
Estás equivocada de medio a medio si crees que yo pienso así con respecto al matrimonio. Creo que este tema ya ha sido «debatido» en esta tribuna, pero reabramos el caso si es necesario.
No recuerdo yo qué te habré dicho en aquella oportunidad, pero creo que no pude decir que yo jamás me casaría. Admito que es la única forma (con las debidas reservas) de cumplir un cometido social importantísimo. Llegado el caso, yo me sometería al matrimonio si me creyera seguro de mí mismo y de mis recursos, y «apto» espiritual y físicamente para emprenderlo.
Creo que la familia es una institución en bancarrota y que el matrimonio es la única salida para engendrar una nueva célula vital «digna»; según los tontos cánones que rigen nuestra sociedad (que es como decir «nuestra mentalidad»).
En la vida hay que estar dispuesto a resistir muchas cosas que parecen de poca importancia, y transigir en otras por quien muchos intelectuales y moralistas pierden el pelo. Por ejemplo: la religión. Yo no pondré obstáculo de casarme por la religión brahamánica, si la mujer a quien ame cree honradamente en ella. Y me casaré, si cree que procediendo así se obtiene un certificado de legalidad, higiene y decencia.
No creas que cuando pase el tiempo, se agudizarán los conceptos que tengo ahora. No son un fanático. Pueden variar, para uno u otro lado, pero no se agudizarán…
¿Sabes que hice el otro día? Revisé en el archivo de nuestra correspondencia y di con tu primera carta. Dice cosas muy interesantes, aunque te muestras cauta -cosa loquisísima- y un poco perdida. Claro, no sabíamos qué terreno pisábamos.
Me dices que si me gustaba el cine fuera a ver «La strada», y que tú cantabas todo el día su melodía.
Y me hablabas de Frondizi (que distinto opinábamos) y de tu hermana «semi-comunista»: Me decías que no siempre se conoce a álguien «tan importante» y ésto porque habías leído unos cuentos en «Vea y lea».
Nos decíamos de «usted» y éramos bastante más solemnes que ahora.
La carta me hizo revivir la emoción de aquel primer encuentro, como si hubiera sido la primera cita urdida secretamente y a espaldas de todo el mundo.
Te aprecio mucho, Elba, por todo ésto que representas para mí. Por lo mucho que me perteneces, aun sin dejarte de pertenecer exclusivamente a tí misma.
No me escribas cuando hace calor, o cuando no estés cómoda, o cuando estés ocupada en otra cosa. No quiero ser «El Compromiso de Escribirle a Norberto». Quiero ser tan sólo éste.
Norbert
(a secas)