Elba: tu mensaje llegó tan puntual como cualquiera de los anteriores. Ocurre que estoy un poco remolón (traduzco: un poco haragán) a la hora de venir a esta oficina y sentarme a este escritorio. Y eso me pasa porque estoy en las postrimerías de mi novela (traduzco: de mi mamotreto) y no quiero vivir esa situación, la de despedirme de mis personajes. En fin, debo resignarme a que todo embarazo (en este caso literario) tenga su día de parición.
Tu comentario sobre ese papelucho que uno debe firmar en el momento de someterse a una cirugía (o sea, el papelucho del consentimiento) es tan alarmista que uno siente inmediatos deseos de huir a la carrera. Yo tuve que firmar algunos de esos consentimientos: en el 2007 me colocaron dos stend (¿se escribe así?), que son unas especie de arandelitas que se colocan en el interior de arterias semitapadas. Hace algo más de un año me hicieron saber que quizá debían colocarme otra. De vuelta tuve que firmar un documento de ese tipo, cuyo texto -prosa tererorífica- me anticipaba que podía sufrir toda clase de trastornos, como el de estirar la pata y ser remitido al infierno, sin derecho a reclamos. Por suerte, este segundo cateterismo demostró que mis arterias no requerían más arandelitas.
En realidad, la ciencia médica siembra estas alarmas para evitarse juicios por mala praxis. Fijate que si comprás un vulgar jarabe para la tos, o un inocuo digestivo, las contraindicaciones del prospecto advierten que, si tu horóscopo así lo quiere, te podés pescar la peor de las pestes.
Respecto del brazo y de la mano, tu decisión ya está tomada, pero me gustará enterarme de tu progresiva rehabilitación.
Por hoy no vamos a hablar de política, acaso para no vernos arrastrados por esta marejada de graves problemas que el gobierno ha heredado (es cierto) y que con verdadero ahínco ha contribuido a empeorar (también es cierto).
Con Graciela fui a ver «Julieta», la película de Almodóvar, y como nos pareció un bodrio fenomenal, este juicio suscitó una discusión con uno de mis hijos y con amigos, a todos los cuales les pareció buenísima. Por descontado, una polémica de este tipo me resulta más divertida y amable que cualquier polémica (por muy respetuosa que sea) sobre el futuro del país y sobre nuestro futuro. Mañana sacaré entradas para ver «Un hombre equivocado», de Roberto Cossa, en el Cervantes. Protagonista de la pieza es Alejandro Awada, el hermano de nuestra Primera Dama, y dicen que está genial.
Cariños, hasta la próxima. N.