Colombo, 24 de abril, 1929, Ceylán.

Gran compañero, amigo Eandi, cada día sueño con escribirle, con escribirle largas cartas con gran ternura, con gran ansiedad y verdad, paisajes y tristezas, que bien me sé que su gran corazón abarca esas dos latitudes, y escribirle como un refugio para no condenarme por completo. Sentir que usted me recuerda, me piensa, en este fantasma por completo ausente, por completo lejano, ya pariente de la nada. Le iré escribiendo hoy día, y bebiendo, a medida; ¿de qué otra manera llenar este inmedible vacío de distancia e intimidad? Mañana corregiré esta carta cuya puntuación y ortografía irán desapareciendo más y más, siento que se llenará de alcohol y de pensamientos confusos como en una verdadera compañía. Amigo mío, amigo mío, venero su nombre, su vida, su sombra, su delicadeza incomparable, su noble solicitud. Me gustan las cartas suyas, hechas con gran vocabulario, con una ciencia de dignidad lingüística que me asombra, y una seguridad emotiva, un dominio de los sentimientos como ya es imposible poseer. Me gusta usted refiriendo cosas directas y explicitas, hallo acierto y asombro en su manera de ver lo transitorio. Es decir que su lenguaje me parece dinámico, moviente, atmosférico, bien adecuado a definir circunstancias y a dirimir situaciones que a definir o experimentar. 
Tengo miedo, a veces, de que en mis cartas no haya tanta nobleza como para sostener su respuesta. Me he criado inválido de expresión comunicable, me he rodeado de una cierta atmósfera secreta, y sufro una verdadera angustia por decir algo, aun solo conmigo mismo, como que ninguna palabra me representara, y sufriendo enormemente por ello. Hallo banales todas mis frases, desprovistas de mí propio ser. 
Bueno, desearía abrazarlo más bien, en esta gran desierta hora, y que tomáramos juntos este terrible whisky tropical. 
Estoy solo; cada diez minutos viene mi sirviente, Ratnaigh, viene cada diez minutos a llenar mi vaso. Me siento intranquilo, desterrado, moribundo. Cuántas novelas objetivas o inciertas haría usted, Eandi, con estas palabras, si las sintiera en esta parte del planeta. Tal vez. 
Yo lo convido. VENGA. ¿Le he hablado de Wellawatta, el barrio en que vivo? Mar y palmeras, aguas, hojas. El mar me rodea violentamente, sin dejar nada a mi alrededor. Mi más próximo vecino cingalés hace danzar en este instante (Mr. Fernando) la Devil Dance , y los largos, angustiosos gritos, esta música infernal de cada noche, espero que han de influenciar esta carta con un sentido sobrenatural. El canto es prolongado, en cada frase (conoce, Eandi, el cante jondo o flamenco, así es), de una monotonía tiránica, y un ritmo en anillos, sin fin. La señora está enferma, parece, y cada atardecer me golpea esta cadencia mortal. Es igual a la muerte. 
Eandi, nadie hay más solo que yo. Recojo perros de la calle, para acompañarme, pero luego se van, los malignos. Buenos Aires, ¿no es este el nombre del paraíso? Recuerdo un muchacho largo y de negro que allí conocí, Xul Solar, ¿querrá usted saludarlo e invitarlo a estos destierros? Me acuerdo, tenía un corazón por completo metafísico, una presencia preocupada. 
De manera que siento preocupación por lo que allí podría hacer yo, pasear en esa avenida de Mayo que entreví como en sueño, leer frescos esos grandes periódicos que veo gracias a su bondad y que causan el frenesí de mis amigos orientales. 
¿Se acuerda de esas novelas de José Conrads en que salen extraños seres de destierro, exterminados, sin compensación posible? A veces me siento como ellos, solamente que; éste solamente que es tan largo, yo siento algunas virtudes en esta vida. 
Borges, que usted me menciona, me parece más preocupado de problemas de la cultura y de la sociedad, que no me seducen, que no son humanos. A mí me gustan los grandes vinos, el amor, los sufrimientos, y los libros como consuelo a la inevitable soledad. Tengo hasta cierto desprecio por la cultura, como interpretación de las cosas, me parece mejor un conocimiento sin antecedentes, una absorción física del mundo, a pesar y en contra de nosotros. La historia, los problemas «del conocimiento», como los llaman, me parecen despojados de dimensión. ¿Cuántos de ellos llenarían el vacío? Cada vez veo menos ideas en torno mío, y más cuerpos, sol y sudor. Estoy fatigado. 
Hace dos días interrumpí esta carta, me caía, lleno de alcoholes. ¿Tiene usted una carta que hace tiempo le envié desde Ceylán? Mi compañero de tantas leguas, me ha dejado; Álvaro Hinojosa está en Bombay. Estoy, pues, solo. ¿Le habré ya hablado de mi casa al borde del agua, de mi vida entre las palmeras? Aquí supe de su casamiento, que quiero saber feliz por entero y por eterno. ¿Hay algún nuevo Eandi por la tierra? Bautizarlo con agua del mar. 
My English is perfect, as you may tell by the faultlessness of this sentence. 
(Esta frase es de Boyd, un amigo inglés de aquí, con notable inteligencia y cierto conocimiento de las almas.) 
He leído esa revista hecha con gusto tan perverso, en la que sólo su nombre es capaz de contener fascinación; las ilustraciones son siniestras; sin embargo sentí revivir la sensación olvidada de leer mis historias, y amo particularmente ese monólogo patético, parte de esta vida sin nombre. 
Me parecen sus dos trabajos, que he leído muchas veces, tan bien desligados del mundo como oraciones, son la misma materia y objeto de mis deseos, aunque con tanta más transparencia y sonidos. Toda esa sonata marina que usted me envía, es como un piano, con tanta nota delgada y fría y tanto oscuro y ansioso paralelo, naciendo al pie o en el centro de cierta inmovilidad espectacular. 
Lo veo a usted equipado de salud y poderes naturales, a través de sus palabras y más aún, enérgico y físico, capaz de una muy grande precisión y seguridad de letras, sílabas, palabras y libros. Que ese coro le acompañe, Eandi, que ordenen «trágicamente» sus fuerzas, hasta hacerlas realizar por completo. 
Yo simplemente caigo; no tengo ni deseos ni proyecto nada; existo cada día un poco menos. Qué gran alegría de soldado en el frente o niño en los pensionados, sus paquetes de diarios, que usted con su gran corazón, me envía, Eandi. Entonces me tiendo sobre la estera, y desaparecen el mar y los cocoteros y la gran Isla, y mi perpetuo aburrimiento, y sólo siento el gran olor de la tinta de imprenta, el deseo de las ciudades. 
Si halla por allí copias de La Gaceta Literaria o del Martín Fierro , me alegraría ver de nuevo; me gusta saber de mis semejantes. 
Pensaba ayer mismo que ya es tiempo de publicar mi largo tiempo detenido libro de versos. ¿Quiere que se lo envíe? 
Se llama Residencia en la tierra, y ya usted conoce parte de él. Son unas pocas hojas. Yo hubiera querido publicarlo en España, pero tendría que ir a Europa, cosa que veo lejana. En Chile tengo editor que me paga, y cuida mucho mis ediciones, pero no quiero. 
Es un montón de versos de gran monotonía, casi rituales, con misterio y dolores como los hacían los viejos poetas. Es algo muy uniforme, como una sola cosa comenzada y recomenzada, como eternamente ensayada sin éxito. 
Haré una copia en estos días que le despacharé, más para que lea y ante esas debilidades, que para que se complique la vida en busca de impresor. 
Toda la felicidad para Ustedes Dos, ¿para Ustedes Cuántos? Para Ustedes Todos, mi amigo, mi decidido cariño


Neruda

Espero nuevas cosas de usted, especialmente quisiera un relato.

Publicado en Margarita Aguirre, Pablo Neruda/ Héctor Eandi. Correspondencia durante Residencia en la tierra , Sudamericana, Buenos Aires, 1980.