Rangoon, 8 de setiembre, 1928.

Eandi, querido amigo:

las fechas de estas cartas quieren decir para mi largo tiempo de horrorosa, solitaria e inerte vida. ¿Qué hacer? Hallé su carta después de un largo viaje por Extremo Oriente, y lo juzgué a usted de nuevo inteligente y sensible en grado extremo, y su carta la única digna de contestar, y su amistad un privilegio. Así como con viejos amigos se hace, cada día he postergado mi obligación de escribirle pensando en esto como en un trabajo, en que por deber, hay que mostrar lo más profundo, el lado más legítimo, el más difícil de sacar afuera. Pero, verdaderamente, ¿no se halla usted rodeado de destrucciones, de muertes, de cosas aniquiladas? En su trabajo, ¿no se siente obstruido por dificultades e imposibilidades? ¿Verdad que sí? Bueno, yo he decidido formar mi fuerza en este peligro, sacar provecho de esta lucha, utilizar estas debilidades. Sí, ese momento depresivo, funesto para muchos, es una noble materia para mí. Y esa adhesión literaria de su parte que conocí hace tiempo, y tan finalmente comprensiva, se refiere a lo interior de mi existencia, y me presta una incomparable ayuda. 
Esto estaba diciéndole en mi carta inconclusa, y casi estoy satisfecho de esta larga interrupción. He completado casi un libro de versos: Residencia en la tierra, y ya verá usted cómo consigo aislar mi expresión, haciéndola vacilar constantemente entre peligros, y con qué sustancia sólida y uniforme hago aparecer insistentemente una misma fuerza. ¿Quiere usted leer estas cosas que le acompaño? Resígnese, y sea una vez más mi auditorio ideal, y dígame sus reparos o el grado de su estimación. Eandi, si usted quiere publique alguna de estas historias por ahí donde mejor le parezca. Pero van en condición de ser estrictamente cambiadas por trabajos suyos, que le pedía en mi primera carta, que aún no me envía usted. No hallará usted sobre la tierra mayor atención para sus resultados, ni mejor voluntad de comprensión. ¿Ahora con qué pagarle el Segundo Sombra que me mandó? Lo leí con sed y como si hubiese podido tenderme otra vez sobre los campos de trébol de mi país escuchando a mi abuelo y a mis tíos. ¿Verdad que es algo grandioso y natural, algo conmovedor? Olor a extensión, a caballos, a vidas humanas, repetidos de una manera tan directa, comunicados tan completamente. Yo quiero pagarle este libro y le mando aquí esta fotografía del extraño Budha hambriento, después de aquellos inútiles seis años de privación. Yo vivo rodeado de miles o millones de retratos de Gautama en marfil, alabastro, maderas; se acumulan en cada pagoda, pero ninguno me conmueve como la de este delgado arrepentido. La otra la compré en Cambodge, y son tres de aquellas bailarinas maravillosas. 
Ya nos veremos alguna vez, Eandi; no sé, pero quisiera ir a vivir a España. Mi existencia aquí es inhumana, imposible. ¿Algún diario de Buenos Aires me pagaría correspondencias? Necesito de esto malamente, el diario de Chile que me contrató no fue capaz de cumplir, son una tropa de perros. 
Compañero, mi amigo: escríbame largamente, no tengo cartas de nadie. No deseo libros, sólo leo viejos libracos, pero quisiera revistas, periódicos. También Martín Fierro, si vive. 
No me olvido de abrazarlo al final de esta carta y a lo largo de la vida.


Pablo Neruda

Publicado en Margarita Aguirre, Pablo Neruda/ Héctor Eandi. Correspondencia durante Residencia en la tierra, Sudamericana, Buenos Aires, 1980.