Estimado amigo mío:

Me ha dado Ud. tal espectáculo de bondad que todavía no se ha acabado en mí la necesidad de pensar en Ud., de reproducirme el hecho de su generosidad.
Amigo Güiraldes, esto es doloroso y esto es bello como una pena. Ojalá que nunca terminara. Tímida tribulación, que con su carita salitrosa de lágrimas va hablando despacio y uno se estaría mil años escuchándola. ¡Si Ud. supiera! ¿Por qué nos hacen padecer gozosamente los espectáculos de bondad? Qué sé yo en qué piensa Ud. mientras escribo esto. Pero hay otro en Ud. que está detenido mientras yo escribo, y me escucha con el rostro serio, y yo sé que en él han sucedido cosas de las cuales no sabré jamás, pero su silencio se hace atencioso. 
Y de pronto, Ud. y yo hablamos, pero nuestros espíritus están atentos a algo que viene por los agrios caminos de la noche… y es la Angustia para uno de los dos…
Ay, cómo madura la violenta pena, y hace más temblorosa la voz del árbol que canta, y más pálido el rostro del árbol que piensa.
Y la he sentido terriblemente la otra noche en la avenida Quintana.
Fue cuando su esposa con gesto de tormento se apoyó en su brazo. En la oscuridad, bajo el sombrero, se veía el rostro ennitidecido de sufrimiento. Sus zapatos blancos se movían en las baldosas mojadas. Y de pronto me pareció que Uds. estaban solos en el mundo, que no conocían a nadie y que, a pesar del viento de la noche, tenían que caminar hacia adelante, por la avenida, toda una eternidad.
Todavía me digo:
Aunque duerman, está allí su pena.
Silenciosa.
Está allí su pena, qué importa que duerman, ni los papeles pintados les espantará la pena. 
El sol se hará alegre en las cortinas de las ventanas y en la cornisa de las fachadas, pero en los muros de sus habitaciones lujosas babosean los caracoles… y es inútil que duerman… bien sabía esperar la pena. 
Y todo esto lo veía en la superficie de los platos durante el banquete ofrecido a Evar Méndez. Y me decía, cuando pedían dijera un discurso: Si tiene pena no hablará. Y tenía miedo de que lo hiciera porque otra cosa debía de estar inmóvil en Ud. Y no lo ha hecho porque gracias a Dios tres palabras no son nada. Y también me decía:
¿Se irá temprano? Y ni que lo hizo.


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Cantan las ranas en los yuyales, mi señora arregla ciertas cosas, pero esta mañana digo: ¿Pero entonces es Verdaderamente bueno ese hombre? Y nos mirábamos como si aún no pudiéramos desentrañar el sentido exacto de esas siete palabras. Yo me había pasado toda la noche con el señor Chiappori.
Cuando llegué a casa llovía, le conté a mi señora lo que habláramos con Ud. pero no sabíamos qué decirnos. Y sin embargo era preciso decir algo.
¿Pero entonces es Verdaderamente bueno ese hombre? Querido amigo, sonríase Ud. lo que quiera… pero es cordial esta pena gratuita.
Fíjese… a instantes tengo la sensación de que estoy frente a una muralla de aire… Ud. está al otro lado, pero yo puedo cruzarla cuando quiera. Además, éste es un sueño para mí.
¿Quién soy –me repito– para merecer las bondades de esta gente? Y pienso en Tuñón el muy flaco, recuerdo todo el amor con que me incliné sobre las páginas de mi libro y forzosamente necesito decir algo, algo aunque no tenga el menor sentido.
Y si reitero la pregunta, y me digo: Es a mi libro el que han aplaudido, y es por mi libro todo esto, se me renueva la pena de ser. E insisto.
¿Quién soy yo? Porque se hace esto para mí y, créame, quisiera ser más insignificante y más grande, y tener todos los poderes mágicos de la tierra para despertar en Ud. todas mis penurias pasadas y mi gozo presente. Y sólo así Ud. podría comprenderlo.
Amigo Güiraldes. ¡Qué cosa terrible es la bondad! Es como si a uno lo señalaran en la frente con un sello ignominioso. Irá entre las gentes, pero sabe que está bien amarrado, bien ligado por un hilo invisible al que lo marcó.
Y lo peor es creer que el otro no es consciente de su bondad, y lo peor es saber que el otro cree que es lo más natural esa bondad, cuando debiera arrodillarse frente a su espíritu que con esa belleza no le pertenece.
Amigo Güiraldes, qué omnipotente es esto. Sentir.

Roberto Arlt


30 de marzo de 1925

Publicada en el Suplemento «Radar» de Página/12 de Buenos Aires el 18 de Septiembre de 2005