enero 1 de 1825

Apreciado amigo: al contestar a la de V. del 21 de setiembre permítame le tribute infinitas gracias por las noticias, que me hace más llevadera la separación de mi Patria, separación que todas las distracciones que presenta la civilizada Europa no pueden hacer confortable mi estadía.

Todo cálculo de revolución es erróneo. Los principios admitidos como accionar son por lo menos reducidos a Problemas y las acciones más virtuosas son tergiversadas y los desprendimientos más palpables son actos de miras secundarias, así que no puede formarse un plan seguro y al Hombre justo no le queda otro recurso en medio de las convulsiones de su conducta que obrar bien. La experiencia me ha demostrado que ésta es el Ancla de la Esperanza en las tempestades políticas. Nada de este exordio comprenderá V. pero me explicaré.

A mi regreso de Perú (no a mi retiro como dice Argos) yo no trepidé en adoptar un plan que, al mismo tiempo que lisonjeaba mi inclinación, ponía a cubierto de toda duda mis deseos de gozar una vida tranquila que diez años antes de revolución y guerra me hacían desear con anhelo. Consiguiente a él, establecer mi cuartel general en mi Chacra de Mendoza y, para hacer más inexpugnable mi posición, corté toda comunicación (excepto con mi familia). Yo me proponía en mi retrincheramiento dedicarme a las encantos de una vida agricultora y a la educación de mi Hija, pero vanas esperanzas: en medio de estos planes lisonjeros he aquí que el Espantoso Centinela principió a hostilizarme; sus carnívoras falanges destacan y bloquean mi pacífico retiro.

Entonces fue cuando se me manifestó una verdad que no había previsto, a saber, que yo había figurado demasiado en la revolución para que me dejasen vivir en tranquilidad, como que mi posición era falsa, que a la Guerra de la Pluma que se me hacía no podía oponer otra que esta misma arma, para mí desconocida. En lucha tan desigual me decidí a abandonar la fortificación y adoptar otro sistema de operaciones. He aquí mi primer plan destruido.

He tenido el honor de atravesar el borrascoso Atlántico; sin trepidar me entrego nuevamente a sus caprichos, creyendo que en sus insondables aguas se ahogarían las innobles pasiones de los Enemigos de un Viejo patriota, pero contra toda esperanza, el Argos de Buenos Aires se presenta sosteniendo los ataques de un conciliador, Hermano del Centinela, y protegido de Eolo y Neptuno atraviesa el océano, y en el mes de las tempestades arribaba a este hemisferio con la declaración de una guerra. 

Aquí me tiene V. sin saber qué partido tomar. En mi retiro de Mendoza promovía una federación militar de provincias, y al mes de mi llegada un agente del Gobierno de Buenos Aires en París (que sin duda alega conocer a los consejeros privados del gobierno francés) escribe que uno u otro americano residente en Londres tratará de llevar (metido en el bolsillo) un reyecito para con él formar un gobierno militar en América. He aquí indicado al General San Martín que, como educado en los cuarteles, debe haberle dejado la oportunidad de estudiar otro sistemas más adecuados a la verdadera voluntad y a las necesidades de los pueblos (Argos 12 de setiembre).

Por lo expuesto, no sé yo qué línea de conducta seguir, pues hasta la de separarme de las Grandes Capitales y vivir oscurecido en ésta, no me ponen a cubierto de los repetidos ataques a un general que por lo menos no ha hecho derramar lágrimas a su Patria.

Me he extendido más de lo que pensaba pero séame permitido un corto desahogo a 2.500 leguas del suelo que he servido con los mejores deseos.

Ya tiene reconocida nuestra Independencia por Inglaterra, la obra es concluida. Los americanos comenzarán a disfrutar el fruto de sus trabajos y sacrificios; esto es, si tenemos juicio y si doce años de revoluciones nos han enseñado a obedecer; sí Señor, a obedecer, pues sin esta circunstancia no se puede saber mandar. 

A fines de éste pasaré a Inglaterra a ver a mi Hija. Sólo permaneceré diez o quince días, pues temo se interprete mi viaje. Sírvase V. dar mis recuerdos a los señores Díaz Vélez, Dorrego y Lamadrid.

Que el acierto acompañe sus cálculos estadísticos, que la salud sea completa y la alegría no lo abandone son los deseos de su compatriota.

J. de San Martín.