Febrero 12 de 1932

Muñequita mía:

Anoche, en cuanto dejé de verte, me encerré en el camarote y no pude contener los deseos de llorar que tenía. Fue un desahogo imprescindible para la pena horrible que significa el separarme de mi linda Bichi. Después fuimos al comedor para tomar una taza de café y estuvimos charlando con el marido de (¿?). 

A las once y media nos acostamos y los recordamos a ustedes con el cariño y el sentimiento que es de imaginar. Me dormí tardísimo, dándome vueltas en la cama y pensando con tristeza el no estar más a tu lado. 

Pero sin embargo, debo confesarte, que al llegar a Buenos Aires te extraño mucho más todavía que cuando iba en el tren, porque cuando viajaba en él, aún cenando a cada minuto me alejaba más de mi adorada mujercita, me hacia la ilusión que continuaba allá, que estaba todavía en un pedazo de esa querida tierra, que es el paraíso para mi, porque en ella vives. Es terrible separarse de los seres queridos y más cuando como en este caso particular constituyen, como vos, algo necesarísimo en la vida, porque repito, sos todo para mí: el alma, el mundo, la felicidad, la alegría. 

Llega un momento en la vida de un hombre en que necesita imperiosamente del cariño de una mujer y más se hace sentir esa necesidad, cuando encuentra en la mujer querida, los dotes incomparables que reúnes y que me han hecho de mí un pedazo tuyo, un algo que es imposible separar sin dolor. 

Estoy loco por tu cariño. Te adoro entrañablemente y me cuesta enormemente vivir lejos de mi queridísima almita. 

Aceptar la vida había puesto y en realidad es verdad porque no estar con vos es morir. 

¿Acaso no te abrumo almita? Y si no está demostrado científicamente la realidad de esto que llamamos espíritu o alma, yo puedo afirmar que para mí, al menos subjetivamente, existe y es separable del cuerpo, y es capaz también de personificarse porque vos sos el alma para mí. Y he tenido la suerte de encontrarla, encontrándote y por eso soy feliz y estoy contento cuando te veo, cuando tengo la dicha de estar a tu lado. 

Por eso mismo, su maridito se enojita y se pone furioso cuando su almita querida parece olvidarse de él. Por eso, le pide que lo quiera muchito y siempre. Por eso, le dice que le adora, que no puede vivir sin ella, que se moriría si alguna vez dejara de animarlo. 

Francamente Bichito preciosa, estoy locamente enamorado de vos. Sos la mujercita maravillosa y estupenda que he soñado para hacerla mi esposa y mimarla siempre queriéndola mucho. 

Te adoro mi vida y vos bien sabes, que todas las quejas que has tenido de mí y los momentos feuchos que te he hecho pasar, tiene su (¿?) en la adoración, en la locura de cariño que me haces sentir, mi muñequita preciosa. 

Si yo no te quisiera tanto, no sería tan ferozmente egoísta, tan absorbente, digamos, que desearía hasta la mas indiferente de tus miradas sean para mi solito, pero el maridito que la adora con locura y que le pide que lo quiera mucho y que no lo olvide nunca jamás.

Cuando pienso que estamos en cuarentena -faltan cuarenta días para vernos-, me desespero, quisiera no poder pensar ni sentir nada, pero como tu recuerdo es tan precioso para mí y puedo imaginarte como sos, prefiero sufrir y estar a tu lado en esa forma. 

Dios quiera que pasen pronto estos días inmundos. 

Para consolarme, estoy pensando en este momento, la suerte que significa saber escribir. ¡Mira que horrible sería si no supieramos!

Bichito, suspendo la carta para ir a verlo a Silveyra. Cuando regrese la continuaré y Dios querrá que pueda darte noticias consoladoras. Hasta luego mi almita querida. Te adoro con toda mi alma. Hasta luego. 

Concluyo la carta en el correo. Son las tres y media de la tarde. Acabo de verlo al Ing. Silveyra y me da dicho que espera tener novedades para la semana que viene.

Te adora

Tito

Ahora me voy a estudiar con Lombardi.

No te olvides de tu maridito.

Tito