Agosto 31-1954
Querido Ale:
Ya que no tenemos un momentito para hablar, he decidido sobre el asunto que me preocupa.
Como ya te habrás imaginado el asunto es «Flia. Arcante».
No sé si te has llegado a dar cuenta cómo me has engañado; porque para mí lo que has hecho es un verdadero engaño. Te diré por qué. Cuando en cierta ocasión (acuérdate que tenga buena memoria) te pregunté si Arcante tenía hermanitas me contestaste descaradamente que no.
No te creas que estoy haciendo cuestión de celos. Ya me he dado cuenta que celar a una persona cualquiera sea, no es más que una estupidez. Ya me pasó esa época. Lo que ahora sucede es otra cosa. Empezaré por el principio.
Creo que esa buena gente no sabe de mí más que soy la que tiene el teléfono al cual el hijo llama. El nombre mío no sé si lo conocerá porque a no saberlo de antes, no creo que te hayan entendido cuando me presentaste. No dijiste «Esta es Vilma, mi novia, etc….», como se hace con quien ya tiene muchas referencias acerca de mí. Estoy segurísima que te llevaste un gran chasco, porque lo que menos imaginabas es que ellas estarían en la iglesia, sino no me hubieras llevado.
Continúo. Cecilia te trata como se trata a un amigo a quien se conoce desde hace tiempo y con quien se tiene bastante confianza. Lo mismo, la mamá; habla de tí com del amigo que frecuenta la casa asiduamente.
No tengo nada contra ellas pues me he dado cuenta que son encantadoras, muy buenas y además cultas.
Te tomaste mucho interés en la hermana ausente Betty; te preocupaba a dónde había ido y Cecilia hizo resaltar tu interés. La mamá hizo entonces esta observación: «¡Cuándo Cecilia y Alejandro no van a discutir!», como si lo hicieran frecuentemente
De todo esto deduje que esa amistad (y quiero suponer que sea eso nada más) la cultivas desde hace ya tiempo.
Supongo que has ido a ese hogar, muy lindo por cierto, llevado por el hijo y que tu interés por las chicas no es más que de amistad (sobre todo por la mayor).
Quiero suponer que sea así. De todas maneras me engañaste, porque yo sabía que tenías amigas, lo cual no tiene nada de malo, que ibas a la casa de Víctor, etc…. pero nunca me hablaste de las Arcante, jamás las mencionaste y eso que tienes una gran amista con ellas. ¡Como que te pidieron tu ayuda para la mudanza!
Quiere decir que cuando muchas veces no viniste a casa, fuiste allí y luego me dijiste que habías «trabajado». Ya te digo que no tiene nada de malo que seas su amigo; pero no debiste habérmelo ocultado.
Cuando aquellos meses dejaste de venir a casa, tuviste donde refugiarte y no me extrañaste en lo más mínimo.
Ultimamente me dí cuenta que soy un cero a la izquierda pero nunca creí que lo fuera tanto.
Ahora me doy cuenta que si tú cambiaste de actitud hacia mí, dejándome más «libertad», no fué porque tu carácter se haya perfeccionado, sino que comprendiste cuál era la única manera de que pudieras hacer lo que querías sin decirme nada.
Por eso rehuyes contestar cada vez que te pregunto a dónde fuiste o qué hiciste. Pues, te diré, que yo no me voy a conformar con las migajas que caen de tu mesa.
Te recordaré lo que cierta vez leímos juntos: «Hay que evitar todo interés o relación con personas del sexo contrario»; y lo que una vez decidimos juntos: «No tener sino amigos en común».
Yo me di cuenta hace rato que tú no quieres que ocurra así. Me da la impresión que te avergüenzas de mí y aún de mi hogar. Los Arcante son otra clase de gente, es otro hogar distinto; cultos, preparados, con ellos puedes tratar cualquier tema y sabes que sus ideas y apreciaciones tienen valor y peso. En casa no ocurre lo mismo con mamá y papá, y ni aún conmigo. Somos menos preparados y sé que muchos temas prefieres no tratarlos. Te doy toda la razón del mundo. Entre los Arcante, te encuentras cómodo, en tu ambiente y elemento. Muy bien, pero me lo hubieras dicho.
Hace poco te quejabas de tu soledad, aunque no era precisamente eso. No, no es que estés solo, sino que necesitas un hogar; así dijiste. Ahora me doy cuenta para qué quieres el hogar: para tener un lugar donde descansar tu físico agotado y donde podrás tener tus cosas con comodidad; un lugar donde te puedas mover a gusto y comer bien, para no dañar el estómago; allí al llegar de tu trabajo, encontrarás las cosas hechas y podrás disfrutar de paz. Ese es tu sueño acerca del hogar, por lo menos es lo que me dijiste hace poco. Pues bien, nome necesitas a mí para eso, y la vez que me hablaste de ello, no se te ocurrió pensar que hogar es la unión de dos seres que se aman. (demasiado romántico). Para tí, nada de esto. Bueno, cuando ganes dinero a granel, podrás proporcionarte todas esas comodidades, y pagando a alguna persona, encontrarás hechas todas las cosas. Nada más te hará falta dentro de «ese hogar», pues la amistad cordial, la conversación amena, la compañía y cariño, tienes donde encontrarlos.
¿Qué más te hará falta? Parece que nada, puesto que tú, la vez pasada no mencionaste ninguna otra cosa y por lo que deduje del domingo, veo que lo tienes o tendrás todo.
Si últimamente desconfiaba de tí, aúnque nada decía, ahora más. ¿Cómo creerte? Mentiste, engañaste, te mandaste mil veces la parte del que anda solo y amargado; contestabas de mala manera y te hacías el malhumorado (¡pero conmigo!)
No creo nada de lo que puedas decirme; buscaste en otras amistad y compañerismo, y bién que te volcaste en ellas. Yo siempre fuí poca cosa para tí, lástima que me creí poca cosa, porque tú me lo hiciste creer. Pero ahora no me engañas más; tú eres el poca cosa, puesto que no eres sincero conmigo, puesto que te llevaste por delante mis sentimientos, y seguro de ellos, creiste que me tragaría el anzuelo por los siglos de los siglos.
¿Celosa? ¡No! lo lamento por las Arcante, que no saben con quién están tratando. ¡No, no estoy celosa; me siento profundamente herida! Actuaste solapadamente