De Zelda Fitzgerald
Febrero de 1932 Clínica Phipps,

Baltimore (Maryland)

Queridísimo:


Me dio muchísima pena verte marchar solo con tus zapatos nuevos. Las pequeñas vanidades humanas son en realidad lo más conmovedor de las personas que amamos. Las luchas y las emociones profundas, cuando te identificas directamente con ellas, pueden asumir un carácter épico inconsciente pero los pequeños detalles personales son siempre muy conmovedores.
No acabé tus calcetines. Es horrible que haya que hacerlos de nuevo. Podrías enseñar a Julia sin problema. Estoy segura de que sería concienzuda al respecto. He estado intentando imaginarte. Sólo uno de esos rostros negros normales que parecen pastosos y embrionarios. Daría cualquier cosa por tener mi precioso retrato en el que parece que estuvieras inventando paraísos especiales a los que ir los domingos de junio.
Me traje el pequeño juego de ajedrez y el manual o sea, que cuando los eches de menos no pienses que los revolucionarios han saqueado la casa.
Si Freeman va a la cárcel te ahorrará los reproches humanitarios de tener que despedirle.
La hilera de casas de ladrillo desde la ventana de noche constituye una amable conspiración para convencernos de la placidez y encantos de la vida, pero hace frío aquí y no existe la menor comunicación entre los limpios pavimentos gélidos y el cielo.
El domingo fuimos a un museo y vi algunos apliques con estrellas, ideales para la casa que nunca tendremos.
Eres mi tesoro querido y amado y te quiero muchísimo.
Piensa en mí. Si mi habitación te parece tan vacía como a mí la tuya cuando no estabas, te encontrarás viviendo en un sueño etéreo, como si hubiese un velo entre la realidad y tú.
Te quiero, D.O.

Publicada en Cartas de amor y de guerra (1919-1940) , Barcelona, Grijalbo-Mondadori, 1994