Buenos Aires, Norma, 2007

Por Lorenzo Corbetto

Cuando se recibe la carta de un desconocido, es muy probable que la relación entre lo que en ella se explicite y la realidad sea aun más frágil de lo que la carta, en sí, lleva consigo. Porque el destinatario ni siquiera conoce un ápice de la referencialidad de lo que se dice por escrito.
En El misterio de la casa verde, esto le ocurre a Tomás. Se encuentra jugando con una pelota, en el jardín de la casa de una señora algo malhumorada, acompañando a su Tío Toto que le llevaba unos muebles. Cuando de repente, desde una ventana, cae una nota envuelta en una piedra a sus pies. «Hola, Maradona. Escondé el papel y no digas nada. Que no lo vea la bruja. Escribime a: minotauro@yumail.com.ar«. El nombre de este misterioso emisor, una explicitación del famoso mito, le resulta familiar a Tomás. Se encuentran en Parque Chás, o como le dice él, en el laberinto.
A partir de ese momento, comienza un diálogo a través del correo electrónico, en el cual la situación se obscurece cada vez un poco más. Aparentemente, Julián Minotauro se encuentra encerrado en su casa, abandonado, y casi no sale de su habitación. Ha escuchado, según lo que le cuenta a Tomás, un chiflido que sale del garaje.
Pero antes de profundizar en ese asunto, Tomás debe descubrir quién es Julián. Y cuando la señora malhumorada, la bruja, le dice que no tiene un sobrino, el misterio acrecienta.

Qué bruja tan bruja. ¿Cómo no les devolvía la pelota a los chicos? Pero entonces…
-Yo creía que la pelota era de su sobrino.
-¿Qué sobrino? Yo no tengo ningún sobrino.
La bruja dio media vuelta y volvió a la computadora. Yo me quedé helado, duro como una piedra. ¿Entonces…? ¿Julián…?

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