Qué bien supiste
cuanto nosotros, hijos de ira,
no comprendimos,
el principio del mal
deformador de nuestra materia,
mal inmaterial que examinaste
como quien apila cuerpos
y con frías incisiones
extrae de sus cabezas la locura,
y de sus organismos
la confusión de los tres reinos,
árboles con rostros,
piedras que también son plantas,
metales animados venenosos,
el insecto cabalgando al pájaro,
y el pájaro afilando su cuchillo;
pues de eso hablaste y gritaste,
y bajo formas de visión
establecías que juntos propiamente
componemos un solo cuerpo,
privados del gran beneficio,
sustraídos al amor de la semilla
que cayó en el suelo y murió
para no perderse, perdernos.
Mas siempre el hombre,
yo, cualquiera, tú mismo,
el hombre y su desnudez
correteando atontado
por jardines de delicias
y planicies infernales
y detrás y arriba
del carro de heno del mundo
en el que cada cual arrebata lo que puede;
su desnudez, no el sexo,
añorando la totalidad de la desnudez,
la primitiva amistad hermafrodita,
el completo ser adán-eva.
Vagabundo de lo extraño,
mano que aspiró a ser conciencia,
que la oración de tu oficio
haya subido derecha,
como un perfume.
Alberto Girri
Publicado en Poemas , Buenos Aires, Centro editor de América Latina, 1981
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