Madrid, Alianza, 1982
Toda la novela podr ía resumirse en una respuesta que le
hace Dave a su amigo Wes: “No sabría cómo explicártelo”. Y es así, La Situación,
como él mismo la llama, no es explicable ni para el amigo ni para el
lector. David Kelsey está enamorado de Annabelle y sabe que será su
esposa de un momento a otro, aunque Annabelle esté recién casada pero
con otro, aunque Annabelle haya dado a luz un pequeño monstruo, aunque
Annabelle ni siquiera se haya fijado en Dave.
“La vida era extraña, muy extraña, pero David Kelsey tenía la total
convicción de que para él las cosas acabarían saliendo a las mil
maravillas”, dice el narrador en la cola del primer capitulillo. Dave,
mientras tanto, se inventa una segunda vida, una vida de fin de semana
en una casa alejada donde se viste con otro nombre para compartir con
el fantasma de ella una vida plena. Por supuesto, también hay muerte.
Sólo después de ducharse distraídamente
por segunda vez aquella noche, después de las doce, algo que podría
recibir el nombre de idea empezó a formarse en su cerebro: era posible
que Annabelle creyera lo que decía. Si no, ¿cómo explicar el tono de
sinceridad y de seriedad que se advertía en su voz? Annabelle no
mentía. En cuyo caso, la situación requería una mayor dosis de
persuasión por su parte, una mayor capacidad para convencerla, y David
no había perdido en absoluto la fe en que eso se podía hacer mediante
cartas.
Pero aquella noche se sintió tan agotado como si hubiese ido y vuelto
de Hartford a pie, o como si le hubiesen aporreado hasta faltarle las
fuerzas para seguir de pie, y el deseo de escribirle en seguida otra
carta a Annabelle era también muy débil, tan débil como la idea que se
le había ocurrido, y que, después de todo, podía no ser correcta. Quizá
mañana fuera capaz de pensar con más claridad.
Ya de madrugada, empezaron a caer de nuevo copos de nieve, como billones de blancas y silenciosas lágrimas.